80 años de “Penny Serenade” (1941): Las canciones y la memoria
Aunque tal vez no suele ser considerado por las nuevas generaciones de cinéfilos entre los realizadores imprescindibles del Hollywood clásico, el estadounidense George Stevens estuvo al frente de un puñado de títulos cuya aura mítica ha logrado conservarse a pesar del paso del tiempo, en especial algunos de los que dirigió en los años ’50, transitando entre el drama romántico de temática social que resuena hasta hoy (“A Place in the Sun”, de 1951), el western clásico con toques sentimentales (“Shane”, de 1953), y una saga familiar ambiciosa e irregular pero de todos modos atractiva (“Giant”, también de 1953).
Pero antes de esas cintas que lo ubicarían en un sitial de prestigio e incluso le permitirían ganar dos premios Oscar al Mejor Director en la misma década, desde su debut como cineasta en la década del ’30, Stevens ya había dado señales de talento y eclecticismo, como en la comedia romántica “Alice Adams” (de 1935, que permitió a la gran Katharine Hepburn lucirse en uno de sus primeros roles memorables), uno de los musicales más emblemáticos de la dupla Fred Astaire/Ginger Rogers (“Swing Time”, de 1936) y una entretenida cinta de aventuras y heroísmo, “Gunga Din” (1939). En ese último film, uno de los protagonistas era una de las grandes estrellas de esos años, Cary Grant, a quien Stevens volvió a convocar dos años después para protagonizar junto a Irene Dunne “Penny Serenade” (1941), interpretando a Roger y Julie, un matrimonio que trata de salir adelante a pesar de las dificultades para ser padres y los problemas económicos. Es una historia muy sencilla y cuya trama ya hemos visto en películas similares, pero que pese a todo acá logra ser efectiva, aunque requiere de buena voluntad de los espectadores (en especial de las audiencias contemporáneas), para dejar pasar distintos giros argumentales que pueden parecer inverosímiles o exagerados.
Más allá del oficio de Stevens, si pese a todo la película puede funcionar y conmover, es principalmente gracias a sus actores, porque “Penny Serenade” descansa en los hombros de su pareja protagónica. Sin su carisma y la buena química entre ambos, así como su capacidad para hacer más creíbles algunas situaciones bastante improbables, el film no sería lo mismo. Aunque es más célebre por sus comedias y sus protagonistas hitchcockianos, las dos únicas oportunidades en que Grant fue nominado al Oscar fue en dramas, y esta fue la primera de ellas; si bien es muy efectivo y tiene un par de momentos emotivos, es Dunne quien más consigue ganarse el corazón del espectador, con sus miradas y silencios que nos transmiten a menudo mucho más de lo que está diciendo en los diálogos. ¡Es una lástima que esta talentosa actriz hoy no sea tan recordada como otras colegas de su época!
Y entre los roles secundarios, también destaca especialmente la humanidad y calidez que aportan Edgar Buchanan y Beulah Bondi —recordada por papeles como la madre de James Stewart en dos de los clásicos más indiscutibles de Frank Capra, “Mr. Smith Goes to Washington” (1939) e “It’s a Wonderful Life!” (1946)—, aunque el guion no les permitió mayor desarrollo a sus personajes, especialmente a él interpretando a Applejack, amigo y permanente apoyo para la pareja y quien en dos o tres momentos de diálogo nos permite inferir o presentir otros sentimientos.
Basado en una historia de la escritora Martha Cheavens —quien incluyó algunos elementos autobiográficos en el relato— originalmente publicada el año anterior en la popular revista femenina McCall’s, el guión de “Penny Serenade” fue escrito por el dramaturgo y guionista Morrie Ryskind, quien antes ya había destacado por legendarias comedias como “A Night at the Opera” (Sam Wood, 1935) con los hermanos Marx y el año anterior en los acelerados e incisivos diálogos de “His Girl Friday” (Howard Hawks, 1940), también con Cary Grant como uno de los dos protagonistas.
Pero acá Ryskind no consigue por completo el equilibrio que una historia así requería. Aunque ya en el comienzo nos dan a entender que el matrimonio está atravesando una severa crisis, pronto la acción recurre a los elementos clásicos de una comedia romántica típica, y mientras los protagonistas pasan de Nueva York a Japón, la trama finalmente se queda en Rosalía, una localidad californiana donde la pareja se asienta cuando Roger, periodista de formación, decide adquirir un periódico local, el Rosalia Weekly Courier. Entremedio habrá desde situaciones cómicas, galletas de la fortuna y cataclismos naturales, hasta desilusiones, promesas por cumplir y golpes del destino. Eso sí, aunque se estrenó en 1941 no refleja en su trama ninguna sombra de la Segunda Guerra Mundial —lo que se hace notorio en la visita a Japón de la pareja—, a diferencia de las producciones de los años posteriores, cuando Estados Unidos ya asumiría un rol más activo en el conflicto bélico.
El guion de Ryskind no siempre consigue manejar con fluidez la mezcla entre los instantes de humor y ternura con las situaciones dramáticas, en especial cuando los vuelcos en la historia no son demasiado sutiles y recurren a más de un subrayado. Por lo mismo, con su exceso de candidez o la manera ingenua y excesivamente simple con la que se abordan temas complejos y delicados que hoy claramente son mirados de manera muy diversa, requiere -más que otros clásicos que resisten más incólumes el paso del tiempo- que el público de hoy la vea y entienda en el contexto de su época, con actitudes, formas de ser y convenciones muy distintas a las actuales.
Y sin embargo, George Stevens y sus protagonistas consiguen mantener a flote esta “Penny Serenade”, con un buen manejo del ritmo y por el tono melancólico y por momentos agridulce que va apoderando de todo a pesar de los toques de comedia, y que se conecta muy bien con el recurso narrativo que va gatillando todo: Julie evoca la historia de su matrimonio a partir de las distintas canciones de los viejos discos Victor que escucha, lo que permite diversos saltos temporales entre el pasado y el presente, reflejando en las canciones la huella de lo que han vivido. Así, irán desfilando hits de los años ’20 y ’30, teniendo especial significación “You Were Meant for Me”, que debutara en el primer film sonoro en ganar el Oscar a la Mejor Película, “The Broadway Melody” (Harry Beaumont, 1929), y una década después de la cinta que comentamos acá, dedicada por Gene Kelly a Debbie Reynolds daría origen a una de las escenas más bellas de esa obra maestra que es “Singin’ in the Rain” (Stanley Donen y Gene Kelly, 1952).
Esta idea de estructurar la trama a partir de los recuerdos que despiertan las canciones se ha utilizado en diversas ocasiones a lo largo de la historia del cine, pero no era tan habitual en esos años, y sirve muy bien como reflejo del paso del tiempo, así como para exponer mejor las actitudes de la pareja, en especial la manera en que Roger considera lo económico.
Stevens —quien al año siguiente estrenaría una de las comedias más recordadas de la dupla Katharine Hepburn/Spencer Tracy, “Woman of the Year” (1942)— no llega acá a los niveles de los clásicos que desarrollaría posteriormente, pero hay varios detalles que destacar de sus ideas visuales y narrativas, desde detalles tan sencillos pero logrados como un encuadre en que vemos a la pareja a través de una puerta entreabierta, o el riesgo de tomarse bastante tiempo —alrededor de 20 minutos— en capturar, con mucha visualidad y pocos diálogos, las situaciones que se generan en la primera noche y primera mañana de una pareja de padres primerizos. Pero como ya dije antes, son Grant y Dunne derrochando encanto, desde el momento en que se conocen y los vemos interactuar con las miradas en la tienda de discos —precisamente con “You Were Meant for Me”—, quienes ayudan a que “Penny Serenade” aún nos pueda cautivar a pesar de todos los bemoles que se le pueden encontrar en la actualidad.