Amparo Noguera: “el pensamiento te lleva al resultado de la verdad”
Fotografía: Pablo Wilson (pwlphoto.com)
Durante el mes de enero se realizó la 15º edición del Festival de Cine Chileno, FECICH, en la ciudad de Quilpué y Villa Alemana. El certamen presentó una destacada programación con foco en el cine nacional y sus últimas creaciones. La instancia además, se presenta como un espacio necesario de visibilidad para los autores y el encuentro con el público. Como es tradición, FECICH entrega cada año su estatuilla como homenaje a la “trayectoria actoral en cine”, esta vez fue otorgada a la reconocida actriz chilena Amparo Noguera, invitada por la organización, visitó la ciudad y compartió con Bitácora de cine una cercana conversación acerca del cine y su trabajo como actriz.
Al escuchar su nombre es rápido transportarse al sabor del té y el pancito con la teleserie encendida, su rostro y su particular tono de voz ya es parte del imaginario colectivo, que si hablamos más allá de la generación del 90, no se ha creado solo por la televisión, sino que por el sólido trabajo construido en teatro y el cine. Nos quedaría insuficiente el texto si no mencionamos su carrera en las tablas, el espacio que vió nacer a la actriz con la obra “Ardiente Paciencia” dirigida por su padre Héctor Noguera, a quien considera su principal referente. Desde su debut, a los 21 años participó en diferentes montajes, en los que destacan los realizados con su compañero, amigo y maestro Alfredo Castro en la compañía Teatro la Memoria.
Su trayectoria en el cine es de múltiples dimensiones, interpretando personajes que tienen miradas y formas de escuchar particularmente únicas, con una personalidad sensible, natural y muy pensante. Su primer trabajo en cine fue en el largometraje “El ciclista del San Cristóbal” (1988) dirigido por el alemán Peter Lilienthal. Entre otros destacados directores con los que ha trabajado, no podemos dejar de mencionar a Raúl Ruiz, que abrió mundos desconocidos en las formas de enfrentar un personaje frente a cámara para una actriz, desempeñando un rol en uno de los cuatro capítulos de “Cofralandes” (2002), documental-ficción que explora en la historia y la idiosincrasia chilenas.
En su trayectoria también se destaca el Premio Altazor 2002 por su rol protagónico en “Un ladrón y su mujer” (2001) de Rodrigo Sepúlveda, cineasta chileno con quien ha compartido otros proyectos como “Tengo miedo torero” (2020), “Aurora” (2014), “Padre Nuestro” (2006) y el cortometraje “La tarde mirando pájaros” (1999). Ganadora recientemente en Los Premios Caleuche como “Mejor Actriz Principal en Teleseries” por su trabajo en “La Ley de Baltazar”, de Mega.
¿Qué significa para ti el reconocimiento que te entrega FECICH?
Fue inesperado, fue una sorpresa super linda y es muy grato para mí porque uno en general se pregunta ¿por qué yo?, siento que hay tantas actrices que han hecho tanto más. Pero estoy contenta, además agradecida, porque hablando con la organización, encontré que las ideas que tienen y la mirada del festival, aparte de que tienen buenísimas películas, me encanta la participación de la gente, los talleres que se hacen antes del festival, y todo lo implica el evento, siento que el festival es como un resultado del trabajo de ellos -la organización- para involucrar al público e incentivarlos para que aprendan a ver cine e incluso programar una muestra. Me parece muy notable, que este festival esté dentro de este movimiento, me parece precioso, y agradecida que me tengan en cuenta.
¿Qué es para ti el cine y cómo fue el acercamiento a él?
Sí, recuerdo la película “El ciclista del San Cristóbal”, yo estaba en la escuela estudiando teatro, para mí fue super emocionante, filmar con un director alemán, se llamaba Peter Lilienthal, y fue maravilloso, era una experiencia nueva.
Siento que cuando he hecho papeles más grandes en cine, estoy metida en una especie como de retiro espiritual, donde estás por un mes o mes y medio, metida con un personaje, desde que te levantas hasta que te acuestas, y después compartes con la gente del rodaje. Eso me ha pasado con los personajes “grandes”, creo que para mí es contar un cuento desde un exceso de verdad importante. Creo que el cine, más allá de que una película sea o no sea realista, hay cierta transparencia en el modo de actuar, transparencia me refiero que todo se ve, que no hay artificios, es como la falta de artificio, incluso en películas que no son realistas.
Coméntanos sobre tu trabajo actoral con Raúl Ruíz, ¿Qué te marcó de esa etapa de tu carrera?
Me acuerdo del trabajo con Raúl Ruíz, que fue la primera vez que palpé o sentí la sensación que todas las cosas que uno hace en el cine como actor no son para un personaje, son super concretas para contar una historia. Uno es un poco instrumento como actor, así como lo es la cámara o la Luz, un poco uno tiene ese mismo valor.
La falta de preguntas, recuerdo que cada vez que uno le preguntaba a Raúl por qué era esto, te contestaba una aberración, una vez hice una obra de teatro con él y con mi papá, que se llamaba “Infamante Electra”, él hacía unas escenas extrañas, extrañas, extrañas… y yo una vez le pregunté, “pero Raúl no entiendo”, y me dio una explicación para explicarme la escena, mucho más difícil que la escena, después yo tenía un vestuario, me preguntaba si estaba bien, si me gustaba, yo le decía “no… no sé, pienso que podría ser…”, y Raúl intervenía y me decía “entonces no uses ese vestuario, ven con tu ropa”. Recuerdo que al escenógrafo, al diseñador que era Rodrigo Bazaes, le dijo “quiero que pintes esta pared de un color ni rojo ni amarillo, que sea una mezcla, pero que no te salga verde”. No había explicación para las cosas más extrañas y ese ejercicio era maravilloso, porque se creaba un mundo que no te podías imaginar, en una de las películas mi personaje tenía que tocar piano, pero yo no lo hacía, entonces me dijo que lo más importante de una pianista no son las manos sobre el teclado, sino que son las manos sobre tu frente, al terminar tienes que hacerte así (hace un gesto con sus dedos tocando su frente). Era un mundo enorme el trabajo de Raúl Ruíz.
¿Cuáles son los principales desafíos como actriz de enfrentarte a una puesta en escena o un ejercicio cinematográfico?
Ser capaz de manejar la verdad. Manejar la verdad es super difícil porque hay que estar ahí, con el cuerpo y con el alma, hay que dejar de mirarse, hay que dejar de analizar y hay que olvidar todo lo que tú investigaste. Yo tengo un personaje, me leo ese guion, estudio el personaje, memorizo la escena, y cuando llega el momento de hacer la escena, tengo que decirle que memoricé, pero tengo que olvidarla también, para que sea viva, tengo que mantener la letra en el cerebro, pero tengo que olvidar lo que yo quiero hacer y que decir, tengo que olvidar lo que yo quiero lograr, para poder estar como si fuera la primera vez.
Mi proceso tiene que ver con el pensamiento, en el cine para actuar tienes que pensar más que nunca, porque el pensamiento te lleva al resultado de la verdad, uno está pensando siempre, incluso cuando estás comiéndote una manzana. Si yo como actriz me tengo que comer una manzana, probablemente en mi casa voy a estudiar cómo ese personaje se lo come, pero cuando llegue el momento de la escena, yo tengo que olvidarme que eso lo estudié, tiene que ocurrir solo.
¿Algún referente actoral que te haya marcado en tu vida?
Mi papá sin duda, y compañeros que me he encontrado en el camino, como Alfredo Castro, con quien he tenido un largo camino teatral, hemos trabajado muchos años seguidos, las obras más grandes en mi vida las he hecho con Alfredo y con mi papá.
¿Qué consejo le darías a las nuevas generaciones jóvenes que deciden estudiar actuación?
Que estudien, que lean mucho, que vean mucho cine, que vean mucho teatro, que vean pinturas, que escuchen música, que miren también a la gente que pasa por la calle, que miren al perro que pasan por la calle, que miren a la cajera del supermercado, que entiendan, que deduzcan, que reinterpreten, y que aprendan a escuchar. Y escuchar es todo.