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18 diciembre 2024, 03:00 AM | Actualizado | Chile
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Anora

“Anora” (2024): El amor y el poder

El único premio Nobel árabe, el egipcio Naguib Mahfuz, definió una vez a la gran y única novela que he leído de él, “Hijos de nuestro barrio”, por oposición a “Los viajes de Gulliver”: “Jonathan Swift criticó la realidad a través de los cuentos, y yo he criticado los cuentos a través de la realidad”. Esa máxima puede ser útil para pensar en “Anora” (2024), la película que algunos han tachado como la más convencional, o incluso comercial, del cineasta estadounidense Sean Baker.

“Anora”, en su inicio, nos cuenta una historia popular y querible: la de la muchacha sola en el mundo que encuentra un príncipe que también parece susceptible, algo perdido en su vida. Any (seudónimo de Anora e interpretada por Mikey Madison) es una bailarina de un club nocturno que incluye zonas de privados donde realizar “servicios” que rozan la prostitución, sin caer en ella. Por su conocimiento del idioma ruso es asignada a un joven un par de años menor, quién resulta ser hijo de un magnate de apellido Zakharov. Iván (Mark Eidelstein) no quiere hacerse adulto, lo que es sinónimo de permanecer en una juerga interminable en Estados Unidos en vez de aceptar trabajar para su padre en Rusia.

En un momento de intimidad feliz de pareja con Any (la ha “comprado” por una semana con “pleno consentimiento” y tras una química inmediata entre ambos), le propone matrimonio con la excusa de ganar la visa y no tener que retornar con sus padres.

Partamos diciendo que el realismo de “Anora” reside más en los detalles formales con que Sean Baker hilvana puntualmente el tejido de esta crónica. Y su complejidad en cómo esos detalles entroncan o devienen en giros en los roles de los personajes. Si bien la historia tiene bloques fácilmente identificables, lo más interesante, y a ratos absorbente, está en la forma en que Baker sublima lo feo de todo lo que va ocurriendo, no solo a través del humor, sino de las sorpresas que ofrecen personajes que, sin embargo, nunca dejan de ser lo que son en el fondo.

He ahí también el realismo de la puesta en escena. Uno de los matones enviados para solucionar lo que se entiende como última locura del hijo descarriado, impresiona como hombre tranquilo y educado, incluso tierno, pero en un momento explota con frialdad metódica a la hora de reducir y romper parte de su local comercial. Tras eso sigue siendo alguien tierno, porque también lo es en el fondo. Anora también juega a desafiar los discursos identitarios políticamente correctos, más lo hace con empatía.

Este tipo de realismo que formalmente reconocemos en la fotografía de Drew Daniels, no es lírico, pero tampoco feísta, requiere anclarse en personajes interesantes o carismáticos, o ambos: es una comedia y un drama en todo momento y al mismo tiempo. Baker coloca la cámara continuamente a la altura de los ejes del movimiento del cuerpo de los actores, aunque a ratos sus planos abiertos los muestran casi como en un museo viviente de seres. No estoy muy seguro de haber sentido la fluidez entre ambas aproximaciones a los personajes, pero sí, de que cada uno de ellos, y en especial Any, parecen envueltos y condicionados por una realidad que los espectadores pueden ver mucho mejor que ellos.

El punto de vista de Anora pareciera estar en nosotros más que en alguno de los personajes o en el mismo Baker, como si la objetividad incluyera al mismo director dentro de los sujetos del grupo. Esto, para el caso de los personajes no tiene tanto que ver con sus decisiones personales sino con las condicionantes sociales de cada uno, por ridículas que parezcan a veces: los extraños padres multimillonarios de Iván, el sacerdote que a la vez es un matón frío, inmisericorde, y también un hombre enojado con el estado actual del mundo. En ese sentido, los personajes parecen un feliz grupo de improvisación, pero atado a la forma de la crónica en que se cuenta la historia.

Si en “Anora” la realidad se va tornando secretamente absurda, ese sentimiento va constantemente imbricándose con un dolor que no termina de explotar, que va y viene de la comedia como si nos hiciera trampa, pero, mostrando todas sus cartas. Esta es una película muy honesta. Any se pierde buscando un imposible, algo que objetivamente lo es y lo sabemos, lo de ella también va por el lado de crecer. Y si los cuentos de hadas se quiebran, si ella se ha perdido en un sueño donde, como es común a los términos binarios de la narración y sus seres, cree posible cobrar y amar, descubrir un quijote más joven que ella y transformarse en la esposa reconocida socialmente por todos en ese mundo de billones, otro personaje puede aparecer como un milagro para reordenar el mundo con algo de sentido en esa moneda de dos caras: dolor y farsa.

Igor (Yuri Aleksandrovich) el matón tierno, que junto a la troupe va ayudando a definir los lugares de clase social que les corresponden a cada uno, observa. Quizá él, enamorado de Any posiblemente desde la primera vez que la ve, sea el otro verdadero punto de vista de la película.

Si bien “Anora” resulta más gratificante como ejercicio en sí que como representación del mundo o de los cuentos, su final parece sacado de una película distinta, contemplativa, “espiritual”. Los cortes de escena que Baker realiza en ese instante, el manejo de un sonido ahogado tras la nieve que cae, todo anticipa un plano, uno en el que Any ya se acerca a ser “Anora”: la nuca y luego el rostro de Mikey Madison cubriendo más de tres cuartos de la imagen, un plano tan cargado de emoción intempestiva y a la vez posible, que se coloca dentro de los mejores planos en lo que va de la década o en bastante tiempo.

“Anora” del director Sean Baker se encuentra disponible en cines nacionales bajo la distribución de Andes Films desde el 31 de octubre.

¡Revisa el trailer de “Anora”!

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