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21 noviembre 2024, 10:20 AM | Actualizado | Chile
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Blanquita (2022): La verdad vestida de mentira.

Año 2003. Un empresario, Claudio Spiniak, es detenido por pertenecer a una red de pedofilia donde, además, suministraba compañeros sexuales a un grupo desconocido que integraba una suerte de circulo secreto en las altas esferas de la sociedad chilena. Un año después, los dedos señalan a Jovino Novoa, senador en ese entonces de la UDI, el partido conservador por excelencia, como otro de los involucrados en los abusos y las fiestas sexuales que aquellos rostros anónimos iniciaban en clandestinas mansiones.

En 2004, con las acusaciones dando vueltas por la pantalla negra de la televisión, aparece una entrevista que da puntillazo final a una auténtica trama criminal. Una joven llamada Gemita Bueno revela, ante los rostros incrédulos que aun perseguían una justicia perdida en la historia, que todo cuanto se dijo fue una mentira.

18 años más tarde, lo que yacía en el subterráneo vuelve a transitar en la superficie. Esta vez, amparado en la ficción, para construir un relato que explora las grietas de una verdad oficial que tiene miedo de derrumbarse ante una mentira que revele las turbulentas acciones que transcurren a los costados del poder.

El nuevo largometraje de Fernando Guzzoni (Jesús, 2016 – Carne de perro, 2012)  tiene de escenario a la pedofilia y los abusos perpetrados por una serie de poderosos, inspirado en el anteriormente nombrado Caso Spiniak; sus actores, una chica llamada Blanca (Laura López) es la denunciante, su protector es el cura Manuel (Alejandro Goic) quien se encarga desesperadamente de salvaguardar a Blanca y el centro de acogida para niños que regenta de la feroz tormenta mediática que despierta el caso y que presenta una disyuntiva ¿Qué hay de verdad y mentira en las palabras acusatorias de Blanca?

Esa relación es lo que circunda alrededor de este film mientras se desarrolla la investigación de la denuncia y se recogen los testimonios de los involucrados. Haciendo acopio de un montaje fragmentario, sincopado, las escenas transitan con libertad dejando puntos huecos de forma intencionada para que la duda, ese elemento esencial de cualquier buen thriller, prolifere sobre los recuerdos, palabras y declaraciones que Blanca y Manuel van tejiendo en este laberinto de intrigas y silencios comprados.

Por lo mismo, la imagen muchas veces se desenfoca y los personajes se recubren de sombras, perdiendo su figura hasta volverla irreconocible. La cámara los sofoca en encuadres y planos cerrados que imposibilitan la visión en profundidad, como una traslación de sus sentimientos y saberes, su confusión y falta de conocimiento.

La cinta se aleja de las fórmulas del cine de denuncia que no daría pie a una ambigüedad tan amplia, dando paso, en cambio, a la estructuración de un thriller inquieto que intercambia el protagonismo habitual de policías o criminales a las mismas víctimas. Lo que deriva en una constante sensación de persecución y una cierta paranoia, por un enemigo que lo abarca todo, y que puede hacer cualquier cosa para proteger sus secretos.

En esa línea continua la obra de Guzzoni hasta el final, manteniendo la tensión entre los hechos aparentes y las suposiciones. Eventualmente, nada es tan ambiguo como aparenta y, a medida que la película avanza, la claridad acaba por devorar todas las desconcertantes dudas que despiertan en el espectador.

Aquello puede sentirse como una trampa pero tampoco se cae en ninguna clase de brusca explicitación. Ningún personaje caerá en el error de zanjar el relato en torno a una exposición continua de las imprecisiones de la intriga. No habrá tal cosa como una revelación conclusiva, sino vacío, el espacio que deja las pistas para una hipótesis que acabe dibujando el futuro de los personajes.

Después de todo, Blanquita trabaja en la fina emergencia de dos historias: una que se llena de información y otra que se llena de inquietudes. En una esta el poder, con sus diferentes entramados y representantes: políticos, policías, noticieros, extraños y sombríos personajes que actúan en el anonimato; en la otra, como no, están sus víctimas: abandonados en centros de acogida, sin voz, callados o en silencio, sin poder o sin querer describir el horror de la impunidad.

Blanquita, en suma, trabaja con lo mejor que tiene la narrativa que es contar una historia con la forma de otra. Sin maniqueísmos y con un desconcierto inundándolo todo, lanza a su joven a la carnicería del poder para denunciar sus despiadados deseos mientras se fragua, en secreto, la trama que propiciara su caída, que es también, la caída de una sociedad en el infierno y la caída de la justicia en la corrupción. Es decir, es la caída de Chile en el abismo de sus mentiras.

“Blanquita” (2022) será la película inaugural de la nueva versión del Festival de Cine Chileno (FECICH 15).

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