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Carlos Araya Díaz

Carlos Araya Díaz, director de “El que baila pasa”: “Ser chileno es igual a ser contradictorio”

“El que baila pasa”, esa icónica y controversial forma de protesta que se masificó en pleno estallido social el año 2019, es el título del nuevo estreno MIRADOC de la cartelera 2024. El documental dirigido por Carlos Araya Díaz (“El viaje espacial”, 2019) y producido por María Paz González (“Lina de Lima”, 2019) nos invita a mirar desde otra perspectiva los registros ciudadanos y archivos de redes sociales de ese periodo.

Este proyecto documental no intenta explicar lo que sucedió en el estallido, sino más bien se propone colocar en pantalla imágenes que el público tiene en su memoria, pero que hoy posterior al triunfo del rechazo, resultan lejanas o distantes. Considerando sus particularidades, en especial el trabajo de archivo y la influencia de Raúl Ruiz en la obra, en Bitácora de Cine conversamos con su director Carlos Araya Díaz.

 

– ¿Cómo nace esta “El que baila pasa”? Y en particular me gustaría conocer desde qué momento tuviste la idea de hacer un documental sobre el estallido social.

“Durante las primeras semanas del estallido comencé a recolectar diversos materiales, sin saber muy bien si se iba a convertir en una película o no. Eso vino mucho después. Fueron semanas donde descargaba drives con gigas y gigas de archivos y traté de juntar lo que más pude. Con una sensación desde la guata, algo más impulsiva. Después, formé parte de un colectivo donde comenzamos a jugar con esas imágenes intentar articularlas.

Me parecía, que en ese lugar había algo más interesante que el registro profesional que se podía hacer. Y después vino el rechazo y esas imágenes quedaron guardadas. Lo que gatilló que podía aparecer una película, fue el encuentro con Raúl Ruiz y “Cofralandes” (2002). Y sobre todo con algunos cortos como “Las soledades” (1992) y “El regreso del amateur de bibliotecas” (1983). Creo que esas obras tienen algo muy interesante, la construcción de una visión sobre Chile a partir de procedimientos de lo disperso. Ruiz mezclaba la alta cultura con cosas muy populares, ficciones con cosillas documentales muy mínimas. Empecé a hacer lazos entre ese material que tenía guardado, con todos estos procedimientos que yo veía en “Cofralandes” y me gatilló, el deseo de volver a abrir ese disco duro y comenzar a explorar que pasaba con esas imágenes”.

 

¿Qué te llamó la atención en ese ejercicio?

“Descubrir que había un montón de cosas que no había visto antes, que derivaban en narrativas, estéticas o personajes. Llamaba mi atención las huellas que dejaban esas personas que portaban el celular cuando grababan, el tipo de encuadre que usaban. Decidían guardar silencio ante lo que grababan y se convertían en una especie de cronista. El pulso colectivo irradiaba en esas imágenes. Son esas cosas que arman el triángulo de mi interés, las imágenes recolectadas, el encuentro con Raúl Ruiz y de alguna manera, la posibilidad de mirar con distancia esos materiales que tenían un alto grado de realidad. Creo que necesitamos mirar con distancia, ver desde el archivo porque ya han pasado casi 5 años”.

 

-“La memoria infinita”, “Isla Alien”, “El que baila pasa”, estos 3 documentales chilenos estrenados en el último año tienen en común, que al menos en sus relatos aparece la obra de Raúl Ruiz de alguna manera. Eso, sin contar el estreno de “El realismo Socialista”. Hablemos un poco de la inspiración ruiziana que tiene “El que baila pasa” y el modo en que inspira este documental su presencia fantasmagórica.

“Fue interesante para mí descubrir que había una posibilidad de expresar en esta película esa noción de Raúl Ruiz. Una película muy inesperada, venía de hacer un documental de observación más bien clásico. Esto es otra cosa. Fue una crisis para mí el estallido, una crisis estética que me llevó a preguntarme ¿Qué película hacer? ¿Se podía hacer una película con el estallido con estos materiales? Sin Ruiz, esta película no tendría desde música clásica hasta esa música que llamamos para hacer aseo o reggaeton.

Esas mezclas muy extrañas entre la alta y baja cultura, con la aparición de un narrador fantasmal, que es muy ruiziano. Un fantasma que llega del más allá, pero que se instala desde un realismo expandido. Una lectura del fantástico muy local, de abordar la realidad desde el absurdo y el delirio. Creo que esas dos claves de tono, me ayudaron a “desfachatarme”, lograr una total libertad, romper los miedos y los prejuicios con respecto a los materiales. De alguna manera, develaba emociones contradictorias y miraba con complejidad lo propio y lo que está en la vereda del frente. Creo que Ruiz hacía muy bien eso, lograba una autocrítica con respecto a ciertas ideologías o ideas y en la película eso es posible. Y también, en esos materiales del estallido descubrí que había una cuestión de lo chileno, y que se expresa en como comunicamos, cuando estamos ante situaciones de pasiones extremas, como nos enfrentamos a la autoridad, a las fricciones de clase. Una oportunidad para descubrir ese concepto tan esquivo, pero que siempre nos ha perseguido sobre qué es lo chileno”.

 

– En tu documental previo “El viaje espacial” la forma juega un rol clave en lo cinematográfico y este proyecto, está armado principalmente con material de archivo de redes sociales del estallido ¿Cómo fue ese trabajo de recolección y posterior montaje?

“La primera fase de recolección fue más bien impulsiva, sin mucho punto de vista, un poco funcional a lo que estábamos viviendo. No había tiempo para procesar lo que pasaba. La segunda fue la parte más narrativa, tenía que ver con la relación entre ciudadanía, instituciones, carabineros, protesta, y como va aumentando de intensidad hasta llegar a los niveles de violencia que conocemos. Otra capa que me interesaba era cómo tratar de integrar eso disperso, mediante registros más bien periféricos, pero que hablaban de situaciones que no fueron viralizadas y que no aparecieron en televisión. Por ejemplo, una pugna en el barrio alto de un vecino que manda a Plaza Italia porque allá era la verdadera protesta. O el trabajador que se encuentra con el perro matapacos totalmente quemado, me resulta una escena muy tierna. O una madre que está en la comisaria tratando de que suelten a su hija, una escena muy larga y dramática, pero que, de pronto, irrumpe el humor. Tira una frase esa señora y en las salas que hemos mostrado la película la gente se ríe mucho. Es interesante, es algo muy chileno, ver como enfrentamos la tragedia, a veces con un humor muy negro o ácido, o las situaciones de mucha alegría la contrarrestamos con la melancolía”

 

– Considerando el registro de redes sociales, el documental opta por un formato vertical, con hashtag ¿Por qué decidieron esa estética?

“Fue bien temprana, no tratar de imponerle un formato clásico 16:9 a esos materiales que venían a sí. Era interesante reivindicar esos registros, que cierta policía cinematográfica del cine de calidad, dirían que están prohibidos, eso no es cine. En alguna función, alguien dijo que no podía ver el formato vertical, pero que luego lo fue entendiendo o cobrando sentido. Hay también algo medio político, de compartir un espíritu de hacer películas con lo que se tiene a mano, para contrarrestar el efecto aplastante que tienen algunas películas, incluso nacionales de grandes producciones, grandes cifras de dinero, que a mí y muchos de mis estudiantes, nos dejan sin ganas de hacer cine. Creo que es interesante el gesto de aprovechar lo que uno tiene a mano, la mala calidad, el lenguaje que tienen sobre todo los jóvenes y la posibilidad de hacer películas, un poco el hambre de cine”.

 

– El documental articula lo viral, el fragmento para una historia común. Con la particularidad de que esa historia hoy nos resulta lejana luego del triunfo del rechazo, incluso absurda, con los hechos políticos posteriores, ¿Cómo se narra esa experiencia compartida que hoy resulta anacrónica?

“Es una pregunta que nos hicimos muchas veces, de la importancia temporal de esta película. Recuerdo la película de Patricio Guzmán (“Mi país imaginario”, 2022) que tuvo una vigencia de 3 días luego que ganó el rechazo. Parecía con una distancia de 20 años atrás. Creo que el presente de esta película está dado por la distancia, no se cuenta desde dentro como reivindicando cierta energía, sino desde la distancia y ahí, entra a jugar la ficción. Por eso es importante este protagonista fantasma, que viene del más allá y que empieza a soñar estos materiales. En la actualidad, no sabemos si soñamos estos registros ¿De verdad ocurrió el estallido? Una sensación de la cabeza en un lado, pero el cuerpo en otro. Y por eso esa capa de ficción y distancia, nos permite redescubrir estos registros y poder hacer una especie de terapia colectiva o duelo, para volver a pensar en las transformaciones del futuro y salir de ese estado de vacío que tenemos sobre todo en lo político y volver a levantarnos… ojalá”.

 

– “El que baila pasa” también nos permite ver un poco de nuestra identidad. En “El viaje espacial” también muestras a los chilenos ¿Existe la chilenidad? ¿Qué significa para ti ser chileno?

Ser chileno es igual a ser contradictorio. Si uno empieza a hacer el resumen de lo que ha pasado en estos últimos años, es increíble el nivel de delirio y contradicción. Ni el guion con más giros podría haberlo imaginado. Ser chileno significa preguntarse qué es ser chileno. Llegar a mucho y llegar a nada con todas sus contradicciones. Un poco Raúl Ruiz decía que ser chileno era como afeitarse con los ojos cerrados, no sabemos muy bien si va a quedar bien o mal. Hay algo ahí de cierto riesgo, cierto masoquismo de lanzarse a la aventura, pero, no saber que va a pasar. Esta película se la juega en el lenguaje y trata de escarbar algo que nunca vamos a lograr de dilucidar de manera precisa”.

 

– ¿Chile despertó?

(Risas) Chile despertó, después tuvo insomnio. Luego se volvió a quedar dormido y capaz que en una de esas pronto vuelva a despertar.

 

¿Ese es un deseo o un sueño?

– Es un sueño. “El que baila pasa” igual indaga en eso, el sueño político. Es un deseo, pero no sé… Tal vez la gente después de ver la película siga sin entender nada, pero será una nada con una risa compartida, una lágrima y al menos un cariño, eso espero.

 

“El que baila pasa” (2023) ha sido galardonada como Mejor Largometraje Nacional en las últimas ediciones de FIC Valdivia y FIC Viña. Distribuida por MIRADOC, estará disponible en salas nacionales desde el 13 de junio.

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