“Ceniza negra” (2019): Óptica de la muerte desde lo ancestral
“Ceniza Negra” (2019) es un largometraje independiente y latinoamericano dirigido por Sofía Quirós y protagonizado por Smashleen Gutiérrez. El filme estrenado en la edición 58ª Semana de la Crítica del Festival de Cannes —y recientemente exhibido en nuestro país en la 11ª edición del Festival Cine de Mujeres (FEMCINE)— es un coming of age sobre el paso de la infancia a la adolescencia de Selva (Smashleen Gutiérrez), quien habita un pueblo caribeño costarricense con su abuelo, el Tata (Humberto Samuels), en compañía de Elena (Hortensia Smith), una mujer alcohólica que cultiva la femineidad de Selva desde su rol de imagen materna.
“Ceniza Negra” hace un recorrido por los lugares más dulces de la mente de una niña que va entrando a su adolescencia mientras vive el duelo de su madre. Descubriendo en este camino de manera consciente el sentido de la muerte como un acto de trascendencia espiritual y la separación como parte la vida con una perspectiva ancestral y cultural latinoamericana y afrodescendiente, entre sombras, símbolos y rituales dictados por fantasmas.
La historia sumergida en los paisajes mágicos, naturales y precolombinos del caribe sur engloba una conexión incansable entre las raíces latinoamericanas y quienes habitamos el territorio, diálogo que bajo un contexto urbano se ha perdido. Así, animales como los reptiles y las cabras —imaginadas por el Tata— se relacionan a manera de símbolos acompañando a Selva a comprender lo que el destino le ha deparado, como si se tratase de una complicidad armoniosa entre Selva y la fauna y flora del territorio tropical.
El relato intimista de aproximadamente una hora y veintidós minutos aclamado por su producción —la cual cuenta con un gran porcentaje de participación femenina— se caracteriza por trabajar los ambientes naturales de forma delicada y sensitiva. Presenta una estética visual, sonora y actoral que no deja indiferente a nadie por el intercambio de energía que genera su atmósfera de exploración y misticismo al retratar la mirada sobre la muerte desde la perspectiva de una niña que no cesa de creer en la magia. A nivel visual, la composición de los planos cobra sentido respecto al conflicto que vive Selva con la soledad, en tanto que la pequeña figura de la joven se sumerge en un gran campo visual con un ambiente natural enorme y fascinante. Por otro lado, la propuesta sonora labra la identidad territorial y cultural del entorno de Selva, el paisaje sonoro dispone analogías como la representación de la muerte y el croar de las ranas, cuyo canto figura a su vez un nuevo renacer del espíritu en este filme con tintes de animismo. Y, por último, cabe destacar que la interpretación de los actores y las actrices naturales logra transmitir cada emoción y sensación vivida en el relato, haciendo de esta una historia sensible y placentera, capaz de cautivar a todo tipo de público.