“Cola de mono”: la última fantasía de Fuguet
“Cola de mono” es el más reciente largometraje del cineasta y escritor chileno Alberto Fuguet. Escrita y dirigida por él, la película da cuenta de las sensaciones que esconden Borja y Vicente, dos hermanos inmersos en una familia disfuncional, durante una calurosa noche de navidad en el Santiago de los años 80. El film toca temas ya recurrentes en obras anteriores del realizador, como la masculinidad y la madurez, pero ésta es la primera vez en que Fuguet decide explorar la homosexualidad masculina.
La película estrenada mundialmente en el Festival Outfest de Los Ángeles y exhibida en la Competencia de Cine Chileno de SANFIC 2018, donde obtuvo el Premio del Público, estará disponible en la cartelera nacional desde este jueves 04 de abril.
El argumento de “Cola de mono” es una gran envoltura de situaciones que se va abriendo de a poco y que está centrada en el viaje de autoexploración sexual de ambos hermanos. A través de sobrecargadas luces de navideñas mezcladas con un neón que ilumina los rincones más oscuros del deseo y con el morbo a punto de estallar, la cinta revela una tensión que se ve reflejada en la monotonía de los diálogos de una familia al borde del colapso: forzada a vivir en Chile, con una madre que poco puede ofrecer a sus hijos tras el suicidio del padre, y dos jóvenes que nada hacen para adaptarse, y que han decidido mirar hacia dentro en vez de integrarse a la idiosincrasia local.
Esta tensión es el gran motor del film, y aquí su director no reniega de echar mano a elementos del género del horror para hacer avanzar la historia. El drama familiar al centro de “Cola de mono” rápidamente asciende a un clímax de locura y violencia, donde los roles se vuelven difusos: los hermanos dejan de ser hermanos e hijos, y donde la madre se transforma en una antagonista letal. En “Cola de mono” prevalece el shock por sobre la anticipación.
El relato también recorre los elementos de una época siempre atesorada por Fuguet; la de un Santiago ochentero, que esta vez resulta alterno, rayando en la ucronía, donde la oscuridad de la dictadura no parece estar presente en absoluto, y donde el cruising y los lugares de encuentros sexuales entre hombres están al alcance de la mano. Vicente deambula por las orillas del Mapocho buscando sexo. Los cuerpos y espacios que encuentra parecen, incluso hoy, algo poco probable: torsos esculturales y prados verdes iluminados por intensas luminarias blancas, donde el sexo aparece más cercano a la idea de consumo más que a la marginalidad que evoca el caudal capitalino. El Santiago homosexual -o el Santiago a secas- de Fuguet no es el mismo que el de Lemebel, y eso “Cola de mono” lo deja claro.
El gran valor del director criado en Estados Unidos es atreverse con esta fantasía tan alejada de una idea más aterrizada sobre la ciudad y la homosexualidad local, especialmente en tiempos donde el cuerpo masculino está gradualmente siendo desplazado a un segundo plano en el imaginario colectivo. En “Cola de mono” es paradójicamente el “género” como término fílmico lo que está en primer plano, así como también el sello del cineasta impregnados a lo largo de la trama.