Taller de crítica: La Casa Lobo por David Monarte
La Casa Lobo (2018): Sombras de la dignidad por David Monarte
La cinta relata la historia de Maria, una niña que escapa de La Colonia, para llegar a una casa en ruinas donde puede estar a salvo. La cinta puede compararse a las narrativas infantiles europeas del siglo XIX, pero se vuelve aún más perturbadora cuando contextualizamos que aquel cuento para adultos está enmarcado en una “nueva cinta” que realizan los acusados de macabros abusos en la Colonia.
El colectivo Diluvio es una anomalía en Chile. Lo que más le sienta bien a Joaquín Cociña, Cristóbal León y compañía es la experimentación con la animación stop motion, donde expresan relatos llenos de texturas, oscuridades y un compromiso con el arte pictórico pocas veces visto en las pantallas del país. Pero para entender su última obra La Casa Lobo (2018) hay que retroceder a los cimientos de la colaboración entre sus directores, hace ya más de diez años.
Lucía (2007) sería la primera parte de la trilogía de “la casa”, donde la dupla de directores coquetean con la idea de transformar una locación en el gran protagonista, una verdadera casa encantada que reacciona frente a la voz en Off de una niña, dotando un relato que pone énfasis en su cruda forma más que en su difuso fondo, lo que graficaría que para Cociña y León la forma es lo más importante en una experiencia cinematográfica. Luego vendría Luis (2008), segunda experimentación del colectivo que extendía su visión en un cortometraje más arriesgado que el anterior, donde ya dan rienda suelta a un pulso frenético con el que juegan con los límites de la técnica, al más puro estilo de Jan Svankmajer y el carácter más puro expresionismo alemán. Si bien los cortometrajes no están formulados expresamente como unas precuelas de La Casa Lobo, sirven como extensiones espirituales, donde Diluvio juega al ensayo y error, cimentando las sólidas bases que tendría su aclamado largometraje.
La cinta relata la historia de Maria (en la voz Amalia Kassai), una niña alemana que escapa de La Colonia entre las sombras de un inquietante bosque hasta llegar a una casa en ruinas para mantenerse a salvo, hasta este punto el resumen de la cinta puede compararse a las narrativas infantiles europeas de mediados del siglo XIX, pero se vuelve aún más perturbadora cuando contextualizamos que aquel cuento para adultos está enmarcado en una “nueva cinta” que realizan los acusados de macabros abusos en la Colonia (con una cruel y pasiva voz en off que sugiere un Paul Schäfer más siniestro que honesto), con la intención de desmitificar y reintrerpretar lo que pasó en Colonia Dignidad, fundada en la Región del Maule.
Esta película dentro de otra película nos sugiere que de una vez por todas “la verdad” será revelada. El conflicto se desarrolla cuando María cría en esta casa a dos cerdos que pueden funcionar como una clara metáfora a la subvaloración y el racismo de la Colonia frente a los “chilenos”. Después de cuidarlos y educarlos los nombra Pedro y Ana (clara alusión a los relatos infantiles de “Pedro y el Lobo” y “Ana y el Lobo” donde el animal es la constante, un espectro pecaminoso que quiere acabar con la más pura inocencia), que no tardan en transformarse en niños de verdad.
Pero todo tiene su costo, los niños deben obedecer a su madre adoptiva, repitiendo el ciclo de abusados que abusan para permanecer involuntariamente en el círculo. La figura del Lobo (en la voz de Rainer Krausse) entra en la cinta seduciendo y amasando las conductas de esta nueva familia, revelando su verdadera naturaleza animalesca, siendo el líder de esta secta, que persuadirá a María para influenciarla en cada una de sus acciones.
El humor y el tono de Cociña y León sirven para retratar a este presentador como un vil y oscuro Walt Disney, que nos relata en stop motion como una niña puede convencerse de que la Colonia no era tan mala. Y es que de este recurso la dupla de directores toma ventaja, dotando cada escena de paradojas y dobles discursos en su materialidad, que irán tejiendo un hermoso pero terrorífico cuento durante los setenta y cinco minutos del metraje.
El guión tiene puntos sólidos, sobretodo pasando la hora de película, donde un incendio en la casa amenaza con destruir y consumir todo, pero Diluvio propone que en este infierno el fuego solo confirma su estado de inquebrantable, concluyendo en un canto alemán cantado por los niños que sirve como un bautizo para Pedro y Ana con sus nuevos pelos rubios y fuertes, dejando de lado sus rasgos toscos, chilenos y morenos. Una falsa redención que delata las constantes contradicciones de un caso real tan insólito y perturbador como su deconstrucción animada.
La Casa Lobo es un milagro en la industria cinematográfica chilena, no por su calidad ni por su historia, sino por el diálogo (o discusión) que expresa entre las Artes Visuales y la animación stop motion, entendiendo una obra como un discurso artístico en cada una de las decisiones. Su gran valor también puede interpretarse como su gran defecto y es que, sacando todo el contexto de la cinta, solo tenemos un relato con altos y bajos en su ritmo pero con una gran calidad técnica, elevándola a los estrenos más interesantes a nivel local en quizá una década. Cociña y León demuestran una vez más que las fronteras entre los museos y el Cine, están tan difusas como la justicia ante la real Colonia Dignidad.
Texto escrito por David Monarte (Taller de Crítica para Medios digitales, Bitácora de Cine/Hub Providencia, 2019)
Si quieres ver la película ingresa de manera gratuita al sitio de cine chileno online aquí: ondamedia.cl/#/player/la-casa-lobo-1