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| 16/09/2024 | Actualizado 10:02 am
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El mal no existe

“El mal no existe” (2023): Una desconcertante metáfora ecológica

Existen películas que, por su índole, dividen audiencias. A la vez que algunos las consideran joyas cinematográficas, otros las creen simples soporíferos. Diversos son los motivos para clasificarlas en esta categoría, desde una narrativa experimental al abuso de figuras literarias, generando desconcierto en los espectadores. Sin embargo, no quita lo disfrutable que pueden llegar a ser y más si su mensaje es importante.

Con una duración bastante más aceptable que su anterior película (“Drive My Car”), Ryûsuke Hamaguchi experimenta sobre las relaciones humanas y las entremezcla con una parábola ecológica en “El mal no existe” (2023), su última obra estrenada este año.

Takumi (Hitoshi Omika) y su hija, Hana (Ryo Nishikawa), residen en un pequeño pueblo a las afueras de Tokyo, acostumbrados a un modo de vida austero. Pronto, la comunidad rural se ve afectada cuando dos representantes de un proyecto de glamping (concepto de camping con las comodidades de un hotel de lujo) los visitan, poniendo en peligro los principales suministros de agua y la vulneración de especies.

Las primeras imágenes de la película corresponden a una secuencia continua de las copas de los árboles, invadidas por una verde espesura que comienza a disiparse entre ramas y hojas secas. Acompañada de los créditos iniciales, la escena sugiere el lenguaje que Hamaguchi usará durante el resto del filme. A lenta cocción, nos permite contemplar y apreciar el entorno de Takumi, de modo que empaticemos con la postura defensora que toma ante un proyecto que busca intervenir negativamente el ecosistema. Él y el resto de los pobladores no sólo habitan allí, sino que entienden, coexisten y protegen este territorio, algo incomprensible para una empresa que busca su propio beneficio monetario.

La avaricia se contrapone al raciocinio, ocasionando un desequilibrio que compromete a sus causantes. En este idílico lugar donde el mal no existe, se desestabiliza una balanza que sólo puede volver a su origen con más violencia. Así, su desconcertante final nos resulta inesperado. Lo onírico se mezcla con lo real y el uso de metáforas propone diversas lecturas, cada una con su propia lógica.

La bella partitura orquestada por Eiko Ishibashi se complementa de manera uniforme con una fotografía concebida al detalle y capaz de sensibilizarnos. Sin embargo, algunos cortes abruptos de escenas y de la misma música desordenan una narrativa que, de por sí, ya es experimental, como si su director quisiera esforzar nuestra lectura, rompiendo todo sentido que creíamos haber elaborado. En cuanto a la atmósfera, fría como el entorno, se encuentran diversos movimientos de cámara que la perfeccionan. Predominan planos largos y amplios, así como estáticos y sin prisa, enfocados en contemplar la interacción entre sus personajes y el paisaje.

Esto puede resultar tedioso para quienes no acostumbran ver un estilo más apreciativo de cine, algo que Hamaguchi ofrece durante todo el filme. Si bien, esta reflexión sobre la importancia de la protección de los recursos naturales funciona como tal, también puede interpretarse como una crítica a aquellos activistas que anteponen la naturaleza por sobre conflictos humanos, como Takumi, un hombre melancólico que parece preocuparse más de su entorno que de su propia hija. Sabemos que su descuido se debe a la pérdida de su esposa, pero no sabemos si están separados, murió o qué sucedió con ella. Este claro agujero de guion no sólo dificulta la narrativa, sino que nos obliga a imaginar hechos que quizá nunca ocurrieron.

La deshumanización, la ambición desmedida y la soledad son algunos de los conceptos que se unifican para dar origen a esta interpretación del bien y el mal en un contexto natural. “El mal no existe” comprende la importancia de las comunidades ecológicas y la preservación del ecosistema, más aún en áreas vulnerables. Resulta relevante visibilizar una problemática que nos compromete mundialmente, sobre todo en esta era afectada por el cambio climático. La consciencia se origina individualmente, pero los cambios se producen de manera colectiva, por lo tanto, es nuestra responsabilidad actuar por un futuro sustentable, resiliente y que nos asegure una mejor calidad de vida para nosotros y las nuevas generaciones.

“El mal no existe” (2023) se encuentra disponible en salas de cine y servicios de streaming como Apple TV y Filmin. La cinta también formará parte de la programación de MUBI Fest Santiago el domingo 6 de octubre.

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