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| 04/10/2024 | Actualizado 8:55 pm
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El Príncipe: tango tras las rejas

El Príncipe es la ópera prima del director Sebastián Muñoz, basada en una esquiva novela de los años 70 del autor Mario Cruz. Estrenada en 2019 en el Festival Internacional de Cine de Venecia, donde obtuvo el Queer Lion, premio otorgado a películas con temática LGBTQI+, la cinta cuenta la historia de Jaime, un joven sanbernardino que entra a una cárcel capitalina tras cometer un asesinato en los años de la Unidad Popular.

La película obtuvo recientemente el premio al Mejor Largometraje Internacional y fue la película más vista por el público en la quinta edición del AMOR Festival LGTBQ+. Su estreno comercial está agendado para este jueves 30 de julio a través de internet por cinepolisklic.cl, m100.cl y centroartealameda.tv.

Jaime, joven y apuesto, es inmediatamente bautizado como “Príncipe” por sus compañeros de celda tras su llegada a la cárcel, al tiempo que se ve enfrentado a una dura realidad, que El Potro (Alfredo Castro) y su séquito se encargan de mostrarle. Pero más que un thriller queer, como podría sugerir una primera lectura, el film de Muñoz se configura como una fantasía sensual sobre los años previos al Golpe de Estado, con la voz de Allende marcando el tono a través de las radios de los cubículos carcelarios.

En la cinta, las dinámicas carcelarias aparecen como maquillaje: la violencia, sordidez, intriga y soledad se presentan al servicio de una historia en la que se ancla el amor carnal y fraterno de personajes doblemente marginados. En El Príncipe, el sexo, que amenaza en cada esquina de la cárcel, equivale a amor y resistencia. Príncipe y Potro se hieren, pero también son el soporte y espejo del otro. Así, los colores deslavados de la prisión sirven como escenario para un tango inevitable y sin escapatoria, que se baila en los pocos metros cuadrados en que habitan los personajes. En una de las escenas, El Príncipe quiere lucir como Sandro, El Gitano, un papel que le viene bien para protagonizar este apasionado espectáculo.

A través de flashbacks, conocemos poco a poco la historia que conduce a Jaime a la prisión, además del desarrollo de su identidad sexual. Pero en El Príncipe, el relato está supeditado a la evocación de un tiempo utópico, donde, a pesar de la violencia, la cárcel está cargada de un erotismo homoerótico latente y una unión fraterna que trasciende géneros, en los sentidos más diversos de la palabra. 

A través de una estilizada estética marginal, El Príncipe funciona como una alegoría de la felicidad truncada por la dictadura militar, aquel tango de 1000 días con un final abrupto, pero que evoca romances en la más absoluta derrota, como la cinta de Muñoz.

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