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23 noviembre 2024, 21:20 PM | Actualizado | Chile
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Historias documentales que vimos en BioBíoCine

Tras nuestro paso por el Festival de BioBío, como Bítacora de Cine decidimos contarles algunas historias que se proyectaron en ese lugar, junto a la voz de sus directores. Las películas están en pleno proceso de exhibición en festivales, tanto nacionales como internacionales, sólo algunos de los filmes podrán lograr tener un estreno nacional o comercial.

Mientras conversábamos de Macri, al lado de la mesa de recepción en el Hall del hotel que nos recepcionaba con los argentinos Gerardo Ghioldi y Paulo Pécora, enviado especial de Telam. Se nos acercó Rubén Guzmán quien presentaba su documental en BioBíoCine. Apenas Ghioldi lo ve, le dice: “Definí en dos palabras tu película”. El director se ríe y le responde: “Muy buena”.

Lucy y el Gramófono

Lucy y el Gramófono capta uno de los momentos más significativos en la historia de un hombre. Se trata de Eduardo Luso, quien es escultor y tiene uno de los proyectos más personales y ambiciosos por realizar; Hacer una estatua para su amigo, y también su Dios, Albert Hoffman, el descubridor del ácido lisérgico.

La película se rodó en Bariloche, donde vive Luso, un valle de difícil acceso dada la poca intervención humana. Guzmán cuenta que el escultor “cultivó una amistad con Hoffman toda su vida, que para él fue muy importante, ya que estimuló su trabajo como artista en su forma de conectarse con la naturaleza, con la tierra y con el agua”.

El comienzo de la película documental de Guzmán parte con una escena del filme Gente de domingo, de Robert Siodmak Y Edgar G. Ulmer del año 1929. Una de las primeras cintas que retrataba la neorrealidad en el cine. Lucy, el personaje de la película más antigua, aparece en el documental de Guzmán instalando un gramófono en plena naturaleza.

Al transcurrir las primeras secuencias de escena de Lucy y el Gramófono, se ven extractos de cintas antiguas, como El ladrón de bicicletas (1948) de Vittorio De Sica o La zona (1979) de Tarkovski, pero haciendo de ellas una resignificación en su documental, o como dice Guzmán, un robo. Múltiples gamas de colores fluían cambiando en cada instante. Un delay visual acrecentándose, que acaba con el desdoblamiento de las bicicletas, los rostros, y todo el mundo que rodea a la cámara. O al ojo humano. Guzmán retrata los efectos visuales de la secuencia en base a la primera experiencia de Albert Hoffman con el LSD.

Il Siciliano

El cine que llevan haciendo hace más de 10 años, Carolina Adriazola y José Luis Sepúlveda se caracteriza por comunicar a través de un lenguaje audiovisual mimetizado a lo que están comunicando. Un cine social en el que la película se confunde con la realidad y viceversa. Trabajos de muy bajo presupuesto, en donde la ficción como el único maquillaje a la obra queda en manos del montaje.

Il Siciliano trata de Juan Carlos Avatte, un inmigrante italiano, reconocido por ser el dueño de la mítica tienda de Providencia, Pelucas Avatte. Desde la vida íntima del famoso vendedor de pelucas, es el vértigo de las fiestas y la soledad posterior, las que retratan el mundo de las apariencias.

José Luis Sepúlveda, comenta que Marta, quien hacía los quehaceres en la cocina de la casa de Avatte, para los realizadores representaba la clase baja, pero había una clase más baja aún. Otra señora zurciendo las pelucas y que nadie notaba. En una misma casa se establecía un sistema de sociedad de clases.

Juan Carlos Avatte es tan raro como la película – cuenta el codirector- en principio nosotros queríamos hacer ficción. Había dos personajes junto a Avatte, que era el siciliano. Una de las personas era un ladrón internacional y el otro venía de la pasta base. Los dos querían alcanzar un nivel distinto en términos criminales para lograr cierta preponderancia en su nivel delictual, pero cayeron presos. El único que nos quedaba en la película era Avatte, el siciliano. Después, la película se fue dando con nuestras ganas de escuchar más que de imponer una idea de cine.

Polvareda de un Trovero

“Si no hubiera tantos serviles para esa suerte. El mal no sería tan fuerte ni el poder sería un quebranto. La ignorancia es desencanto que al cerebro lo adormece, y mientras que el mundo mece su eterna falta de vianda, la culpa la tiene el que manda tanto como el que obedece”.

El polvo que levanta con sus caballos, mientras vive la vida de campo, mientras hace caer el ganado con el lanzamiento de su cuerda, también es el rastro que deja en sus canciones. Saúl Huenchul, un histórico payador de la región patagónica de Argentina, quien lleva 51 discos publicados a la fecha, es el protagonista del documental de Néstor Ruggeri.

Huenchul, de 71 años, nunca fue a la escuela, nunca estudió nada. Por lo que su mirada ante la vida, su posición ante el mundo y su ideología, que siempre ha dejado al descubierto a través de sus ácidas letras, resultaron ser más que atractivas para la realización de un documental hacia su persona.

“Pero si un día cambiara la idea, como legado del que obedece callado a la política avara. Sería más justa y más clara la justicia y su cimiento. Y en bien del contento, no habría del cerro a los valles tantos pícaros en la calle, ni tantos pueblos hambrientos”.

Vimos en Saúl un pensador anarquista, -cuenta Ruggeri- Huenchul, tenía una virtud muy destacada que es el tema de la verdad que habla. En definitiva, vimos en él esto que es tan importante para la creación, que es la coherencia, de lo que se dice, de lo que se hace y de lo que se vive.

 

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