In memoriam Gena Rowlands (1930 – 2024): Puedo ser lo que sea
Hace unos días falleció Gena Rowlands (1930-2024). Cada vez que nos deja una de las grandes figuras de la historia del cine, en todo el mundo se organizan tributos y visionados conmemorando su legado. Particularmente, su fallecimiento a los 94 años ha incentivado a miles de fans del cine independiente a revisitar sus numerosas y existenciales colaboraciones con John Cassavetes, mítico director estadounidense y esposo de Rowlands hasta su fallecimiento en 1989. Con películas como “Minnie and Moskowitz” (1971), “Opening Night” (1977), “Gloria” (1980) y “Love Streams” (1984), durante más de dos décadas el dúo levantó producciones de bajo presupuesto, convirtiéndose en uno de los máximos referentes del cine independiente estadounidense en lo que se ha descrito como una búsqueda incesante de amor en todas sus manifestaciones.
Quizás su colaboración más reconocida es “Una mujer bajo la influencia” (1974), cuyo centro es indiscutiblemente la arrebatadora actuación de Rowlands. Muchísimo se ha escrito sobre la manera en que la actriz aborda al personaje de Mabel Longhetti. Ha pasado medio siglo y el filme no ha perdido ni un miligramo de relevancia.
Con cada gesto, grande o pequeño, a lo largo de la película Gena Rowlands va articulando una performance dentro de una performance; un estudio de la performatividad de género contextualizado en la clásica familia blanca de clase trabajadora, ampliamente representada en el cine norteamericano. Mabel quiere presentarse a sí misma como una madre y dueña de casa ejemplar, quiere personificar aquel ideal, por supuesto, inalcanzable. Sin embargo, el aislamiento, la represión, la intoxicación constante y el deterioro cognitivo producto de su adicción, hacen de esta interpretación un espectáculo grotesco y estrambótico.
Mabel está sola. No tiene amigos, y más importante aún, no tiene amigas. No interactúa con el mundo exterior salvo cuando es en relación a su esposo o sus hijos. Ergo, no tiene un punto de referencia. Su performance se basa en nociones culturales abstractas de la feminidad, en una mujer ideal, impalpable y profundamente insatisfactoria. A ratos la máscara se levanta y la gesticulación de Mabel demuestra un desborde de emociones y frustraciones que tanto ella como su esposo Nick (interpretado por Peter Falk), luchan por contener; expresiones que no son “propias de una madre” sino de alguien “Wako” (en inglés) o “Loca” como Nick reiteradamente la describe.
Tras una cena particularmente tensa, en que Mabel y Nick reciben en su casa a los compañeros de trabajo de este último, Mabel le dice a Nick: “Dime lo que quieres que sea, cómo quieres que sea. Puedo serlo, puedo ser lo que sea”. Al no haber sido capaz de desempeñarse como “debería”, Mabel le suplica a su esposo que ejerza como una especie de director, una autoridad creativa en la confección de una vida doméstica no sólo artificial sino también increíblemente frágil.
Cassavetes menciona en “I am almost not crazy” (1984) que a Rowlands no le interesa interpretar víctimas. Entendemos entonces que Mabel es concebida por su intérprete como un personaje con agencia, un personaje que ama y que hace daño, a otros y a sí misma. Es una inadaptada social y un sujeto malentendido; un individuo psicótico y una persona de sensibilidad extraordinaria; una madre alcohólica y una mujer profundamente decepcionada.
A la actuación de Rowlands, que le imbuye un cariño, magnetismo y ternura a la protagonista, se suma la dirección de Cassavetes, la cual denota un interés por representar el mundo interior de sus personajes a través de códigos realistas que distan de lo moralista o condenatorio. Siendo también actor, Cassavetes deposita absoluta confianza en las decisiones que Rowlands toma para brindar tridimensionalidad al personaje.
Me resulta interesante el que rara vez veamos a Mabel consumiendo alcohol, o que (a pesar de la profunda soledad que irradia) apenas se la muestre a ella sola en escena, reforzando la naturaleza performática de su figura. Por el contrario, la vemos yendo a buscar a sus hijos, preguntándoles lo que piensan de ella, exteriorizando su preocupación por ser percibida como una buena madre. La observamos bailar al son de “El Lago de los Cisnes”, abordando la vida con una curiosidad e ingenuidad que inmediatamente se ve coartada por su entorno.
En contraste, vemos lo que ocurre cuando Mabel vuelve de su periodo de institucionalización: ha perdido su máscara. Tras aquella fachada imperfecta y torpe se escondía una mujer no vacía sino completamente disminuida. Cuando Nick le pide a Mabel que simplemente “sea ella misma”, ésta colapsa porque sabe que su esposo no quiere ver una versión auténtica de su personalidad, sino una digerible, afianzando en ella el temor (y la certeza) de existir siendo considerada “una molestia”.
Esa es la gran tragedia de “Una mujer bajo la influencia”. Al observar a Mabel recuerdo las palabras de Clarice Lispector, quien escribe: “expandirse es la propia alegría de vivir” (Lispector, 2016) , o de Joan Didion quien declara que “las personas con amor propio tienen el coraje de equivocarse”. Leo y releo estas palabras, y no dejo de pensar en aquellas mujeres cuya expansión les es inaccesible, aquellas mujeres que, confinadas y recluidas entre las paredes de su hogar, no pueden permitirse el coraje de la equivocación.
Si bien suele hablarse de Gena Rowlands como la musa de Cassavetes, su relación creativa no puede entenderse de forma unidireccional. La actriz interpretó cada personaje con ímpetu y autoridad, utilizando toda su corporalidad, ya sea de forma sutil o borboteante, para que su presencia en pantalla adquiera magnitud y volumen. Más que nada, en toda su trayectoria como actriz, Gena Rowlands manifestó un profundo respeto por las mujeres que personificó, convirtiéndolas en emblemas de vitalidad y complejidad, invitando al espectador a expandirse con cada visionado.
Referencia mencionada: Lispector, C. (2016) El Tiempo. El Cuenco de Plata.