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21 noviembre 2024, 07:05 AM | Actualizado | Chile
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Indiana Jones y el dial del destino (2023): saber decir adiós

Indi está viejo: las canas, la poca movilidad; su cuerpo magullado y jorobada postura lo delatan. Pero también está molesto: con su vecino, con sus clases anodinas y aburridas, con sus estudiantes apáticos, consigo mismo. Y está solo: no está Marion, su amor más antiguo del cual, una carta nos indica que se ha divorciado ¿Por qué? Tampoco está Mutt, su hijo del cual no tenemos ni idea de su paradero ¿Dónde se encuentra? No están sus amigos ¿han muerto o simplemente se han alejado? ¿Tan abandonado se encuentra nuestro héroe?

Luego de una espectacular primera secuencia de recuerdo y contexto, nos encontramos ante un hombre que, al parecer, lo ha perdido todo. Su juventud se ha esfumado y se percibe abatido. En un solitario bar, una figura del pasado retorna: su ahijada Helena “Wombat” Shaw (Phoebe Waller-Bridge) que viene con una nueva expedición en busca del Anticitera, el místico artefacto creado por Arquímedes que obsesiono a su padre. Jones mira el camino, pero los motivos que lo llevan a perseguir el artefacto distan mucho del joven y voluntarioso Indiana de las primeras entregas. Quizá solo quiere limpiar su nombre del asesinato al cual lo han inculpado, o tal vez, quiere salvar un pequeño pedazo de su alma protegiendo a una de las pocas personas que le quedan. ¿Tenemos alguna duda que estamos ante una despedida?

“Indiana Jones y el Dial del Destino” tiene todos los motivos para ser la despedida de la legendaria franquicia: Spielberg ha pasado la dirección a James Mangold (Logan, 2017 – Ford v Ferrari, 2021); Harrison Ford ya tiene 81 años y aquellos niños/as y adolescentes que vieron sus aventuras en los ochenta ya habrán pasado los 40, casados/as, otros/as separados/as, vuelven para ver una última aventura a golpe de látigo.

Puede que esto sea suene un poco a déjà vu, después de todo, su cuarta entrega venía con los mismos y religiosos sonetos de una franquicia en cierres. Incluso se dio el permiso de presentar una especie de sucesor en la figura de Shia LaBeouf, pero la taquilla, las críticas y también el tiempo han manifestado otra opinión del asunto.

15 años nos separan de La Calavera del Cristal (2008) y Mangold lo sabe. La amenaza roja no calza muy bien y tampoco lo hacen los aliens; se prefiere apostar por lo conocido: los nazis. Vamos en busca de tesoros perdidos, se entreveran el misticismo y poderes desconocidos que no debemos intentar dominar, y nos repartimos por territorios exóticos. Esta carga de nostalgia la sabemos todos. Mangold ha completado una checklist de las cosas que el mundo esperaba ver y en ese sentido no ha defraudado en lo absoluto.

Sus secuencias de acción tienen poco y nada que enviar a las preparadas por Spielberg (en su vertiente más espectacular y lúdica). Cada una igual de vertiginosa y frenética, armadas para conducir un caos que mueva a sus personajes de un punto al otro, cambiando de exteriores a interiores, de grandes calles a callejuelas, de autos a motocicletas, todas ellas dentro del eje escape/persecución. Por lo mismo, es una película acelerada, quizá en exceso. Tanto así que hasta sus diálogos son netamente expositivos y sobreexpositivos. Los planos, que pueden llegar a ser interesantes, apenas se retienen por más de un minuto. El director repite cierta formalidad de los filmes pasados, ilustrándonos un mapa que mueve a sus personajes de un punto a otro, mientras una cortinilla aparece a los costados mostrándonos sus figuras sobre el paisaje. Así Mangold demuestra más interés en movernos de una secuencia a otra que por manifestar la más ligera y honesta emoción. Será una despedida grandilocuente, pero fría hasta lo paródico

En una de sus peores escenas descubrimos que el joven Mutt ha muerto tras enrolarse en la guerra de Vietnam. De ahí el hastió y amargura que trasciende a Indi en su recorrido por ayudar a su ahijada. La confesión ocurre hacia la mitad de la película y se resuelve de manera convencional: un plano contraplano con un diálogo que ilustra punto a punto como nos deberíamos sentir y como se sienten y piensan sus personajes. Si acaso puede pasar por honestidad, termina siendo frívolo y robótico. Sirve a una pauta más que a un proceso natural de su drama.

Cierto es que Indiana Jones nunca intento ser más que una revisión del cine de aventuras, con sus desperfectos y formalidades, pero ahora que parece atreverse a brindar un par de escenas emotivas es crudo ver su caída (sin frenos ni ruedas) por una colina donde los chistes a última hora, las frases ingeniosas y la anestesia afectiva de sus personajes, pero sobre todo de Helena, rompen hasta el más mínimo intento de que el dolor o la pérdida importen.

De no ser por un Harrison Ford, que dentro de todo, siempre ha sido un actor con los dotes suficientes para imprimir deseo y sensibilidad, el hastiado Indiana Jones de la quinta entrega estaría menos que muerto. Y es que Phoebe Waller-Bridge y Madds Mikkelsen nunca harán un trabajo por debajo de lo aceptable, pero los personajes que encarnan, a la par de ser un poco clichés, también son por momentos, repelentes. La que más padece este defecto será el personaje de Phoebe, Helena (o Wombat), cuyo carisma trasluce con brillantes hasta que nos damos cuenta de que sirve más como irrupción que como un apoyo humano.

Irrumpe en la vida de Jones, irrumpe en los momentos trágicos, irrumpe en los momentos emotivos. Parece albergar detrás de su retrato cínico e impersonal algo de chispa que entregue un poco de vida, pero el guion o su director la han preferido como un alivio cómico. En cambio, Mikkelsen se contiene, y lo hace a punta de hacer un villano esquelético por naturaleza. Jürgen Voller no será en lo absoluto reconocible (tampoco lo son los anteriores villanos) pero al menos tiene una coherencia en su fría brutalidad y su obsesión desorbitada por obtener el artefacto.

También habríamos de preguntarnos hasta qué punto el filme cree en la civilización. En teoría lo hace. El uso constante de luces y sombras duras para oscurecer o alumbrar, según se presente la ocasión, los grandes descubrimientos que tanto Indi como Helena van marcando en el filme, dejan a las claras el valor de la ilustración. Pero ahí también está su mayor error: el nazismo; ahí también están sus crímenes: el poder, la tecnología, el saqueo. Mangold tiene cierta tendencia a colocar pequeños detalles e indicios que marcan una crítica social interesante como se muestra en Logan, pero él dirige acción y aventura, y en el batiburrillo de sensaciones y vértigo que es ambas expresiones, la tranquilidad necesaria para reflexionar es borrada o al caso, desplazada de foco.

Esto es la casualidad habitual del cine americano. Es probable que el análisis ideológico o poscolonial revela más de lo que las películas pretenden contar con inocencia (a veces, a pesar de algunos delirios) y el caso de Indiana Jones no es diferente. Tras conquistar África, Asia y Latinoamérica ¿Qué le queda por visitar al hombre blanco? Europa (ya visitada en la tercera entrega); el espacio tal como apunta el contexto de la quinta parte. Por un lado, porque el exterior parece ser el patio de juegos y el espejo negro de las virtudes y crímenes del primer mundo pero también porque “Indiana Jones y el Dial del Destino”, como despedida, viene con el aroma de la nostalgia: recuerdos sobre recuerdos que repiten las múltiples vidas pasadas. Allá están los amigos, los traumas, las aventuras. Pero este largo adiós que James Mangold tiende a la sagrada franquicia de Spielberg y George Lucas no puede sentirse menos falso, a pesar de sus buenas intenciones. Tanto como si su frivolidad devora hasta el más mínimo afecto volviendo imposible empatizar con el dolor que arrastra a un atormentado y viejo Indiana Jones, como si en nuestro mundo de revivals permanentes, reboots y soft-reboots, se hace prácticamente imposible no imaginar un futuro donde no veamos el reinicio de la saga.

Llámenla Indiana Jones a secas o con subtítulos, con un Indi afrodescendiente, asiático o femenino. Las grandes sagas no tienen descanso, solo reimpresión. Mangold armo su apunte personal, tibio y gélido, pero dentro de todo respetable y endemoniadamente espectacular.

“Indiana Jones y el dial del destino” se encuentra disponible en salas de cine desde el 29 de junio.

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