“La Chimera” (2023): Presenciar el pasado

El pasado es un lugar sugerente pero peligroso. En “La Chimera” (2023), Alice Rohrwacher parece desenterrar a sus personajes de los confines de una Italia que esconde amores perdidos y tesoros arcaicos de los que sólo unos pocos se enriquecen. Arthur (Josh O’Connor) vive con un pie en este pasado. Nuestro protagonista es un hombre triste y mañoso, pero de una curiosidad infinita. Posee un don particular: la habilidad de sentir o percibir el lugar exacto donde se encuentran enterrados artefactos y estatuas etruscas.

Quizás Arthur se ve a sí mismo en estas figuras: un ser que otrora fue un amante y que hoy lo ha perdido todo; más que una persona, un vestigio. Por ello, como dice la directora en conversación con Letterboxd, el protagonista es propiedad de todos, específicamente de la comunidad Tombaroli, traficantes de artefactos arqueológicos etruscos. Y uno se pregunta si acaso esos artefactos quieren ser encontrados, si es la naturaleza humana o un signo de los tiempos, el desobedecer un pacto con nuestros antepasados.

La aguda y juguetona sensibilidad de la directora sutilmente personifica estas reliquias, preguntándose qué es lo que callan, qué secretos guarda aquella sabiduría centenaria de sus rostros petrificados. Quizás antaño descubrieron la cura para el duelo que Arthur padece o quizás nos mueven porque persisten a pesar del trauma vivido, de la tierra que los cubre, de los siglos enterrados en soledad.

Así, Rohrwacher nos plantea el problema de mitologizarlo todo: el pasado lejano e inmediato; a quienes ya no están y quienes ya no pueden hablar por sí mismos. Pero al mismo tiempo, nos confronta con algo tan humano como lo son la nostalgia y la curiosidad. La práctica de la arqueología (y en este caso el robo) supone vulnerar un momento histórico, arrebatárselo a espíritus que ya no están ahí físicamente para defenderlo.

Por nuestra intriga y ambición se desvanece la historia en su estado más puro y corremos el peligro de corromper un mundo que no es nuestro: el mundo de las almas, como bien advierte el personaje de Italia (Carol Duarte) cuyo nombre por supuesto no es coincidencia. Es evidente la fascinación de Rohrwacher con el más allá, explorada también en su ópera prima “Corpo Celeste” (2011) y su afán por representar comunidades bellas y palpitantes, pero recluidas y explotadas, como también es el caso de la extraordinaria “Lazzaro Felice” (2018).

El amparo de una matriarca como Flora (papel que sólo Isabella Rossellini podría interpretar) ilumina la existencia del abatido Arthur y constituye una fuerza vital del relato: la necesidad de ternura, compasión y pertenencia, invitándonos a contemplar nuestra relación paradójica con el pasado, una de autoridad y subordinación.

Con la ayuda de Hélène Louvart, directora de fotografía, la cineasta italiana construye este umbral entre dos mundos haciendo referencia al cine en sí como un artefacto histórico, utilizado desde sus inicios para documentar (y ficcionar) la Historia. Esta alusión es evidenciada en el uso de celuloide, cambios en la relación de aspecto, el rompimiento de la cuarta pared y la aceleración de algunas secuencias que adoptan la cinética de una comedia silente de principios del siglo XX.

La puesta en escena de una especie de arqueología cinematográfica, le imbuye un romanticismo al filme propio de quien comprende el pasado como un territorio ambiguo pero atrapante, maravilloso pero resbaladizo.

Con influencias neorrealistas, del realismo mágico, los cuentos de hadas y la mitología etrusca y romana, Alice Rohrwacher nos regala una película sobre lo inalcanzable: ya sea la riqueza, la paz absoluta, o la posibilidad de escuchar una última vez la voz de una persona fallecida.

“La Chimera” (2023) tuvo su estreno en el Festival de Cannes el 2023 y actualmente se encuentra disponible en salas de cine nacionales gracias a Centro Arte Alameda distribución.

¡Revisa el tráiler de “La Chimera”!