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22 noviembre 2024, 07:21 AM | Actualizado | Chile
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La Riqueza del Mundo (2021): Cuando el ciego es rey

En los albores del siglo XIX, en plena Guerra de la Independencia de Chile, fueron muchas las batallas que se desarrollaron en sectores rurales a lo largo del país. Los hombres, muchos de ellos analfabetos, no tuvieron más que abandonar a sus familias para ir al combate. Pero también los había cultos o letrados, quienes en su mayoría ejercieron roles de un nivel superior en la jerarquía militar. Como era de esperarse, fueron cientas las bajas que se produjeron conforme pasaba el tiempo y continuaban apareciendo batallas. Luego de uno de estos combates y en la soledad más absoluta, en donde el césped ya no era verde, sino rojo, y las flores fueron reemplazadas por restos humanos, sobrevivieron dos hombres, uno sordo y otro ciego. Juntos decidieron huir del lugar, para así tratar de regresar a sus respectivas moradas.

“La riqueza del mundo” es la ópera prima del director Simón Farriol, ya que anteriormente solo había realizado cortometrajes. Es un tanto confuso tratar de entender el móvil que tienen los personajes para emprender la aventura. Se diluye en los escasos diálogos con lo que cuenta el largometraje, sumado a que, de aquí en más, veremos distintas situaciones que ellos vivirán durante el camino, tanto al encontrarse con otras personas, como con esos momentos de introspección en donde verbalizan lo terrible que es el hecho que están totalmente solos, incluso con una comunicación difícil entre ellos.

Es quizás este último punto, en donde radica la fortaleza de la película, el modo en que se relacionan dos personas de estratos sociales distintos (antes del conflicto bélico, por supuesto), y que poseen limitaciones físicas producidas por la misma guerra, lo que les plantea un desafío mayor. En este punto, es muy interesante ver al ser humano en la base más mínima en la pirámide de la existencia, donde no puede haber nada peor y la vida se transforma en ninguna otra cosa que no sea la supervivencia.

Aparte de lo poco claro del objetivo, el filme tiene una lentitud tal que se siente y hace que el espectador sea consciente en cada segundo. Porque no es solo el ritmo cansino que imponen los mismos protagonistas al ir avanzando a campo traviesa, sino que, al no reconocer un motivo sólido, la película se convierte en una seguidilla de secuencias unidas solo para dar la sensación de avance. Del mismo modo, el espectador tampoco logra situarse en 1800, no da el efecto de estar viendo algo de años atrás. Y finalmente, otro punto bajo es el audio en los diálogos, muchas veces no se entienden y se extrañan subtítulos de apoyo.

Por otro lado, uno de los puntos altos es la fotografía. Se aprovechan los espacios abiertos para filmar de manera limpia. Se presentan buenas tomas y planos en general de paisajes y actores para construir una obra con buena técnica visual.

Sin embargo, esta no es una película familiar, no es un filme para las personas que buscan ver algo distinto en cuanto a cine chileno puedan disfrutar. Es un largometraje hecho para festivales, algo que viene cansando en el cine chileno desde el año 2015 aproximadamente a la fecha, en donde los nuevos cineastas se olvidaron del público, la trama, el desenlace e incluso el guion, y se hacen obras que solo quieren situarse en festivales, y ganar por edición, montaje y, por supuesto, fotografía, esa sí es la verdadera riqueza del mundo.

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