“Los Colonos” (2023): la ambición bestial de una odisea hecha película
“Vuestras ovejas, tan mansas y tan acostumbradas a alimentarse con sobriedad, son ahora, según dicen, tan voraces que devoran hasta a los mismos hombres”.
Tomás Moro en Utopía (1516).
Esta fue la frase que utilizó el director Felipe Gálvez para abrir su ópera prima “Los Colonos”, acompañada de un fondo rojo con una imponente música que servía a modo de prólogo, como una especie de setting para entender lo que estábamos por presenciar las cerca de 300 personas que llenaron el Aula Magna de la Universidad Austral de Chile en el estreno nacional de la esperada cinta en el marco del Festival Internacional de Cine de Valdivia.
Sin dudas es una de las películas más esperadas del año dentro de las producciones nacionales; se trata de la cinta que representará a Chile en la búsqueda de entrar en la lista corta de los Premios Oscar, además de haber tenido gratos pasos por distintos festivales de cine en el mundo, destacando el Premio FIPRESCI en Cannes.
El debut de Gálvez en la dirección tardó cerca de 10 años en concretarse; es una coproducción entre ocho países que incluye a Chile, Argentina, Reino Unido, Taiwán, Alemania, Suecia, Francia y Dinamarca. Con todo esto detrás está más que fundamentado el porqué de su alta expectativa, y para mi gusto, es justo lo que pensaba de ella.
“Los Colonos” es una película imponente en todo sentido, que se desarrolla en un ambiente inhóspito, hostil y depravado. La historia avanza a través de la mirada de impotencia de su protagonista Segundo Molina (Camilo Arancibia), un joven mestizo que debe observar las atrocidades que se cometen en un campo de trabajo en una zona ovina de Tierra del Fuego a principios del siglo XX.
Quien perpetua todos estos horripilantes actos es Alexander McLennan (Mark Stanley), también conocido históricamente como “El chancho colorado”. Este hombre trabaja para José Menendez (Alfredo Castro), un terrateniente que es la representación cívica de la actitud matonesca y despiadada de McLennan. Las necesidades del “dueño de las tierras” es una expansión y “limpieza” de la zona, en la cual se da a entender que habitan indígenas.
Esta es la presentación del problema y del grupo que liderará la contienda, la cual integra McLennan, Molina -quien es elegido por tener buena puntería-, y un tercer hombre llamado Bill (Benjamin Westfall), un pistolero norteamericano que trabaja para Menendez y se suma a la tarea por propuesta del mismo jefe, quien no ve con buenos ojos la participación del joven Segundo Molina.
Hasta aquí información de la trama, ya que la idea de esta reseña no es explicarles la película, puesto que deben verla con toda confianza para entender lo que les empezaré a mencionar a continuación. “Los Colonos” a nivel técnico destaca en sus abismales planos generales del inhóspito territorio que se camina, con una utilización de color que representa esta naturaleza austera -similar a las tonalidades que pueden verse en películas como “The Revenant” (2016)-, y una música que resulta ad hoc al ambiente western que se busca imponer.
Utiliza una relación aspecto 4:3, significando que sus bordes horizontales se cortan y no se expande en su totalidad, lo cual a mi visión resulta en una decisión particular. La propuesta visual en general, muestra espacios amplios en donde lo que más destaca es su vacío, por lo que reducir la amplitud de la imagen me parece limitar las posibilidades de lo que se puede observar.
Uno de los apartados que decae de la cinta a comparación de su nivel de producción es la elaboración de sus diálogos y conversaciones, donde pareciese que la profundidad de lo que se dice está simplificada. Las interacciones no se sienten con naturaleza, lo cual te puede sacar un poco del estado mental que intenta establecer la historia. Esto se nota sobre todo con el personaje de Castro, quien físicamente realiza una labor maravillosa, pero queda opacado cuando se compara en lo verbal con el personaje de Marcelo Alonso, quien para mí es quien más destaca en lo actoral junto a Camilo Arancibia y Mishell Guaña.
Los primeros dos actos de la película resultan en una intensidad tremenda, con imágenes muy violentas incluso, que no son aptas para todo público. Me parecen grandes arcos narrativos, los cuales evidencian la inhumanidad de los colonos, como una antítesis de la frase inicial de Tomás Moro, ante la mirada de ira del personaje de Arancibia.
Sin embargo, llegando al último arco narrativo, me hizo sentir que la decisión de dejar tanto fuera de pantalla fue algo que no le benefició al ritmo de la película, la cual te eleva hasta un punto que piensas que lo que estás viendo no es una cinta chilena, parece totalmente fuera de la naturaleza de lo que se suele observar por estos lados.
No estoy con la certeza empírica si esta decisión fue por temas de presupuesto o algo más, pero sin dudas que por mi parte me hubiese gustado ver más, ya que los hechos no se pueden atestiguar si no es por los relatos oficiales que dan sus protagonistas. Hay algunas escenas que me parecen polémicas, pero no entraré en detalles por el deseo de que puedan ser ustedes quienes juzguen aquellos momentos.
Pero al mismo tiempo que digo esto pienso en que ese era el fin también de mostrar con tanta insensibilidad y violencia estos sucesos, ya que ¿quiénes son las ovejas voraces que se comen a los mismos humanos si no los mismos colonos? Y es que a raíz de aquello, la lana manchada de sangre pierde su valor.
Fue un momento abrumador y delicado para nuestro país, donde el perdón no es suficiente para saldar esta deuda con el pueblo selk’nam. Esta película puede funcionar como un mecanismo para internacionalizar esta parte de la historia de Chile, de evidenciar la ausencia del Estado en la reparación del sufrimiento de miles de familias.
La primera cinta de Gálvez como director marca un hito en el desarrollo de producciones chilenas a nivel de lo que es posible en nuestro cine, eso es seguro. Tiene una ambición gigantesca y eso se agradece, pero sin ser chaquetero, creo que también debe medirse a sí misma en su ejercicio por narrar sucesos tan delicados. Si bien se pretende llegar a un público internacional que puede observar esta película sin un contexto, no deja de estar contando una narrativa factual propia de esta tierra que contiene sufrimiento ajeno, y por sobre todo, auténtico, la cual es mucho más sensible para este público nacional que entiende esta parte de nuestra historia bajo todos sus matices.
“Los Colonos” es una película que debe verse, les invito a ello, mis palabras son apreciaciones que pueden tener en cuenta si así desean. Pueden decirme que estoy equivocado o que coinciden en ciertas partes, pero eso es lo lindo de hablar sobre películas. La posibilidad de dialogar transversalmente sobre temas complejos con una propuesta atrevida es lo que “Los colonos” genera; ante la brutalidad histórica es mejor evidenciar que callar.