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| 18/09/2024 | Actualizado 10:48 pm
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Misántropo (2023): Los sacrificios del detective y del escritor

Fuegos artificiales cubren el cielo nocturno de Baltimore durante año nuevo. Mientras la celebración pirotécnica resuena entre los edificios, una mirada telescópica atraviesa los festejos inocentes que tiñen las ventanas departamentales de la urbe. Pizcas de pólvora combustionan entre vistosos colores y gritos desaforados. Desde su cuadrilátero escondite, un tirador se oculta en el ruidoso espectáculo ígneo y da por comenzado su propio show. Tal como la pirotecnia escapa de su base de lanzamiento, balas viajan desde un cargador hasta sus aparentemente aleatorias víctimas.

Entre pánico colectivo, calles intransitables y policías ineptos aparece Eleanor Falco (Shailene Woodley), una oficial novata con poca inteligencia emocional pero gran instinto investigativo. La naturaleza del crimen que acaba de presenciar junto a su intrigante pasado la llevan a deducciones compartidas con el detective Lammarck (Ben Mendelsohn), encargado de encontrar al responsable de las 29 muertes en aquel fatídico tiroteo. Lammarck la elige como su mano derecha poco después de dialogar por primera vez y junto a Mackenzie (Jovan Adepo) formarán el equipo que dirigirá la investigación.

Durante dos horas de papeleo administrativo y conversaciones de cafetería, el argentino Damián Szifron cuece a fuego lento su regreso a la gran pantalla. Luego de la exitosa “Relatos Salvajes” (2014), se instala en Hollywood con un policial de oficina en donde el entramado narrativo termina disolviendo toda maniobra estilística identificable del director cuando alcanza su media hora final, donde el filme realiza un sacrificio que no acaba cuajando dentro del universo lógico en el que nos sumergimos en un principio.

Aún recién estrenado el tráiler de “Misántropo”, ya se hacía la comparación obvia en redes sociales al ver anunciada una película cuya trama gira en torno a un asesino en masa, las miradas caían inevitablemente en David Fincher, quizás el director que más ha perfeccionado el género en las últimas décadas y quien ha demostrado una particular obsesión por la presencia e influencia de los asesinos seriales en la sociedad estadounidense, véase como ejemplo “Seven” (1995) o “Zodiaco” (2007), esta última serviría como principal pilar comparativo y con justa razón.

Las similitudes se extienden desde la estructura narrativa del caso, la protagonista como un personaje ajeno al mundo de la investigación profesional, la persecución de sospechosos cada vez más esquivos y enigmáticos, la impotencia de los detectives al no ser apoyados por un sistema que no les permite actuar debido a las consecuencias mediáticas de la investigación o la propia falta de una figura villanesca hacia dónde dirigir la rabia contenida durante la mayor parte del filme; entre otras particularidades que comparten ambas películas se suma también la dimensión estética, gigantescas oficinas filmadas en plano contrapicado permitiendo ver la extensión del techo, camisas de colores planos que se mezclan con las paredes de los cubículos y líneas rectas que forman infinitos puntos de fuga en escena, que tanto complacen al ojo como distraen y generan indecisión al momento de dirigir la atención, logrando un símil entre el acto de mirar y la tarea de los investigadores de descifrar qué pista seguir a continuación.

Lo anterior tampoco es invención Fincheriana, ya que es tomado a partir de un extenso desarrollo del género, desde el noir de los años 40 y el neo-noir que toma relevancia entre 1970-1980 y ha tenido una pequeña época dorada en este siglo XXI con cintas como “Prisioneros” (2013) de Denis Villeneuve o “Memorias de un asesino” (2003) de Bong Joon-ho, por lo que los artilugios que decide utilizar Szifron para articular su relato no son particularmente novedosos ni necesariamente anticuados, son bastante efectivos para el desarrollo de sus personajes, estos son curiosos y obsesivos, pero ante todo con un sentido muy definido de lo que significa la justicia.

La novata con más talento y suerte que experiencia, el líder con problemas laborales y emocionales y el compañero que se encarga del trabajo sucio. Estos artilugios sirven de motivo a lo largo de los minutos y funcionan como el engranaje mejor pulido, pero se ven truncados por un punto de giro que en mi opinión desbarata a nivel de ritmo y tono 90 minutos de punzante precisión al entregar información acerca del criminal, con una revelación que es tan impactante como irrelevante, considerando el desarrollo de las escenas que la preceden.

Aunque agradezco la osadía y la capacidad de salir de la zona de confort evidente y casi nunca justificada que muchos guiones hollywoodenses temen dejar atrás, en la única secuencia de la película que utiliza la temperatura de color de forma expresiva, la pareja de escritores sacrifica una parte fundamental de la cinta, la motivación de su antagonista, en pos de cerrar de forma satisfactoria la historia. Pudo ser por problemas de duración en una película de ajustados 120 minutos, aun así, resulta disonante y desmotivante que se resolviese el conflicto por la vía del disparo del policía y no del intelecto del detective.

Por ahora, se valoran esos dos primeros tercios de astucia criminal y creciente incertidumbre cinematográfica. Esas composiciones asfixiantes y laberínticas que nos sumen en el estado de indecisión y duda de nuestros protagonistas y el diseño de sonido inmersivo que hace retumbar altavoces con cada disparo, sea del cañón de un arma o el estallido de la pirotecnia que se disipa entre las nubes, donde alguien mira en la lejanía de un escondite, apunta y dispara sin titubear, escapa sin dejar rastro y solo hace aparición cuando el escritor, como otro detective rendido entre los reveses de un caso irresoluble, realiza el más peligroso de los sacrificios. Es en aquellos reveses, más que en los sacrificios, que “Misántropo” encuentra sus más esclarecedoras pistas.

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