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21 noviembre 2024, 12:53 PM | Actualizado | Chile
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“Nahuel y el libro mágico” (2020): De ensueños y vacíos

“Nahuel y el libro mágico” (Germán Acuña, 2020) es una película animada que narra la travesía del joven titular, Nahuel (Consuelo Pizarro), un niño chilote en búsqueda de su padre, quien fue secuestrado por un malévolo brujo (Marcelo Liapiz) tras el naufragio de su bote. La película busca introducir a públicos infantiles el mundo de la mitología chilota. Una constelación de relatos que hayan su origen en el sincretismo entre los ritos y creencias huilliches junto con la doctrina católica de los colonizadores españoles. Para las comunidades rurales de la zona, las míticas fuerzas descritas en sus relatos orales son parte de su realidad cotidiana. Una que se teme y se respeta. Nahuel nos introduce a ellas desde la diversidad de Isla Escondida, un pedazo de tierra en que conviven las distintivas figuras de la mitología chilota.

No es coincidencia que antes de introducirnos a su protagonista, la película nos presente su mundo. Mostrándonos pequeñas viñetas de la isla chilota, su flora y fauna, playas y bosques, fogatas y embarcaciones. Y es que el medio de la animación es utilizado provechosamente para realzar la belleza natural de la zona. Los backgrounds de la película son un esplendor para los ojos. En ese sentido, han surgido comparaciones con las obras de Studio Ghibli, especialmente en lo que respecta a los motivos ecologistas que comparten. Después de todo, no es coincidencia que el villano, un brujo que reside en una ballenera abandonada, sea un hombre que busca ejercer su control sobre el mundo natural.

“Nahuel…” es una película sobre el mundo que su personaje habita, tanto para nuestra dicha como para nuestro aburrimiento. Respecto a ese mundo, la película toma sabios pasos al darnos pequeños vistazos que implican un universo mucho más amplio y diverso —lo que vuelve frustrante el que a veces se traicione al sobre explicar lo que sucede en pantalla—. Un ejemplo clásico de Hollywood es la escena de la cantina en “Star Wars” (George Lucas, 1977), una en que se nos presenta a extraños e interesantes personajes pasando el tiempo mientras beben y disfrutan de sí mismos. Una escena que nos permite imaginarnos un universo de posibilidades. ¿Por qué menciono tal escena? Porque la mejor secuencia de esta película en mi opinión, ocurre en una cantina.

Los mismos principios que hicieron memorable a la cantina en “Star Wars” aplican aquí. De hecho, el sincretismo cultural que mencioné anteriormente como elemento identificador de la mitología chilota, se dispone en todo su esplendor dentro de esta secuencia. La cantina funciona como un espacio de encuentro entre personajes locales y marineros de distintas partes del mundo. Todo esto se expresa en el diseño de personajes, en la forma en que se visten y en la ambientación del espacio. El problema de “Nahuel…”, es que por interesante que pueda ser su mundo, no me fue suficiente para sostener el peso de su tediosa historia.

Dentro de los primeros treinta minutos, llegamos a conocer la relación entre Nahuel y su padre. Ellos dos se encuentran extrañados el uno del otro, siendo Nahuel un joven que le teme al agua, y su padre un pescador de oficio. Puedes sentir el resentimiento en la voz de Antonio (Jorge Lillo) al dirigirse a su hijo, tal y como el temor y la culpa que asaltan a Nahuel por ello. Para acomplejar la situación más, está la memoria de la difunta madre del protagonista, quien sigue en la mente del padre.

Todo cambia cuando Nahuel, responsabilizándose a sí mismo por el estado de su relación, roba un libro mágico y utiliza sus hechizos para poder acompañar a su padre a través de las aguas. Debido a ello las cosas terminan mal, y Nahuel inicia la misión de rescatarlo de las garras del brujo. Esos fueron los primeros treinta minutos. El inicio de una historia sobre pérdida, temor y cómo influencian nuestra relación con quienes más amamos. El resto de la historia… allí está el problema.

En su travesía para encontrar a su padre, Nahuel halla aliados y supuestamente amigos en la aprendiza de machi Fresia (Muriel Benavides), y el hombre perro Ruende (Sebastián Dupont). Su alianza, su “amistad”, es en el mejor de los casos… circunstancial. ¿A qué me refiero con esto? Ruende quiere derrotar al brujo porque fue maldito por éste, Fresia quiere derrotarlo porque… ¿Es su deber como persona decente? Los personajes en esta película no desarrollan relaciones entre ellos, por lo menos ninguna significativa. La película quisiera hacernos creer eso pues Nahuel y Fresia son amigables entre ellos, y Ruende provee el típico comentario sarcástico que muchos consumidores de media interpretan como “familiaridad”. Pero si bien hay simpatía entre ellos, lo que falta es la sustancia de toda historia tradicional, empatía.

Jamás se nos otorga un vistazo decente a las vidas profundas de estos personajes, mucho menos se nos da a entender cómo empatizan entre ellos al compartir un problema moral: el confrontar nuestros miedos. Los personajes interactúan de tres formas usualmente: Una funcional, en que hablan de las necesidades de la trama, otra expositiva, en que te informan de su trasfondo —mas no lo experimentas—, además de una más social, conversación más trivial.

Nunca, sin embargo, la historia nos muestra a estos personajes tomando decisiones significativas que nos muestren quienes son profundamente. Ni siquiera conversan al respecto de forma que como audiencia podamos identificar algún valor, deseo, perspectiva, algo sobre cómo ven e interactúan con el mundo, y mucho más importante, cómo esto se compara a la realidad de otros personajes.

Ruende fue separado de su amor a manos del brujo, quizás hubiera sido interesante que él conversara junto a Nahuel lo que es perder a alguien, considerando el riesgo de que nuestro protagonista pierda a su padre. Fresia tuvo que enfrentar su temor a la oscuridad, y conversa con Nahuel al respecto, pero no hay un vinculo real en tanto esto ya es un tema pasado para ella, mientras que para Nahuel es una inquietud del presente.

Todo esto hace que una de las escenas clave de la película, la escena en que Nahuel comparte un íntimo momento con su difunta madre, se sienta… vacía. “No estás solo”, ella le asegura. Yo me pregunto, ¿a quién tiene Nahuel? Ciertamente no a Ruende, mucho menos a Fresia. La única persona que podría entenderle, acompañarle, es el hombre que le ha rechazado toda su vida, su propio padre.

Ese no es mi único problema con la escena. El encuentro con su madre se siente desmotivado pues si bien nos hicimos una buena idea de la importancia de ella para su padre, siendo un típico ejemplo del dead wife trope. La significancia que tiene ella para Nahuel es… nebulosa. Del primer acto podemos asumir que nuestro protagonista quería saber más de ella, pero también sabemos que murió al concebirlo. Mientras se nos deja más que claro que Antonio la tiene presente en su día a día, nunca se nos aclara la extensión de su significancia para Nahuel.

Consuelo (Vanesa Silva), la madre de Nahuel, no es más que un dispositivo de la trama para motivar a sus personajes en momentos clave. En los pocos momentos en que ella está en pantalla carece de personalidad, más allá de ser “sabia” y “feliz” —de nuevo, típicos elementos del dead wife trope—. Y si bien logra motivar el crecimiento de Nahuel, no siento que tal cambio sea merecido. Esto nos hace volver al punto de que la historia no nos muestra las cosas, nos dice. La historia nos podría mostrar tanto visual como narrativamente la importancia del problema moral en la vida de los personajes, cómo afecta sus decisiones, cómo explota sus debilidades, de ellas surgen consecuencias, y de tales consecuencias nuestros personajes aprenden. En cambio nos quedamos con personajes atascados en su soledad, que más allá del primer acto no toman decisión importante en pantalla.

Dos instancias son emblemáticas de este problema. Primero, una discusión entre Nahuel y Fresia, en la que ella le advierte que si no sigue su consejo las cosas podrían terminar mal. Nahuel, obsesionado por su objetivo, no la escucha. Este es un momento que debiese importar, debiese ser significativo, en tanto Nahuel está tomando una decisión entre dos posibilidades que parecieran tener misma validez, en la cual se está arriesgando algo. Más tarde, sin embargo, la importancia de tal decisión cae desplomada, pues Nahuel en vez de enfrentar consecuencias por dejarse llevar por sus peores impulsos, termina siendo recompensado con la visión de su madre. Se nos dice que Nahuel está cometiendo un error, pero se nos muestra lo opuesto al recompensarlo por cometer tal error.

La segunda instancia es un verdadero crimen narrativo. Finalmente, tras su encuentro con su madre, Nahuel cree —inmerecidamente— poder enfrentar su temor a las aguas. El trío de aventureros se reencuentra en el puerto, frente a un bote. Nahuel lo mira, como audiencia anticipamos el momento de la verdad, el momento en que Nahuel tomará el salto para confrontar sus miedos al entrar a las aguas. Y lo que sucede es… un corte. A Nahuel y sus aliados llegando en bote a la isla del brujo. Discutiblemente el momento más importante de toda la historia, en que Nahuel confronta su miedo y demuestra su crecimiento personal, sucede fuera de pantalla. Y con eso, toda emoción que podríamos haber sentido allí se desvanece a la nada.

“Nahuel y el libro mágico” es una película que demuestra el potencial de la animación chilena para construir mundos mágicos de belleza terrenal. También es una historia desmotivada, que prometía más de lo que pudo ofrecer, de lo que pudo hacernos sentir. La animación es un medio de posibilidades, lo que no debemos olvidar es que éstas no solo son visuales, sino narrativas. Todo mundo de ensueño merece una historia de belleza.

 

 

“Nahuel y el libro mágico” (Germán Acuña, 2020) fue parte del 29° Festival Internacional de Cine de Valdivia (FICValdivia). Adicionalmente, se encuentra disponible en Disney+.

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