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21 noviembre 2024, 15:48 PM | Actualizado | Chile
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“Peckinpah Suite” (2019): Lo habitado y lo legado

Si pensamos en películas como “The Wild Bunch” (1969), “Straw Dogs” (1971) o “Bring Me the Head of Alfredo García” (1974) y las compramos con largometrajes realizados por autores como Martin Scorsese, Quentin Tarantino o John Woo, resulta innegable el legado de Sam Peckinpah en historias contemporáneas que tienen la violencia como eje principal de su narrativa. En sus casi 30 años de trayectoria, el cineasta norteamericano se enfrentó a constantes críticas en torno a la brutalidad que desarrollaba en pantalla. Aunque, como era de esperar, estas eran acalladas por el fervor que producían sus obras, tanto en personas que se encontraban en la silla del director o en la butaca de un cine. Tras su fallecimiento a fines de 1984, Peckinpah dejó un legado imborrable en la historia del séptimo arte, haciendo de su nombre una leyenda, y convirtiéndose en un referente ineludible del “cine de pistoleros”. Sin embargo, el cineasta norteamericano no tan sólo dejó una huella imborrable en las personas que disfrutan sus obras, sino que también en el que podría ser considerado su proyecto de vida más ambicioso y, al parecer, un tanto olvidado: Lupita Peckinpah, su hija.

35 años después de la muerte de su padre, el documental “Peckinpah Suite” (Pedro González Bermúdez, 2019) —exhibido en el 7º Festival Internacional de Cine de La Serena (FECILS) como parte de la Competencia Internacional de Largometrajes— retrata el primer viaje de Lupita al Hotel Murray, un establecimiento descrito como “la meca para estudiantes de cine” debido a una habitación en particular: la suite Peckinpah, nombrada así tras ser la favorita del director. Teniendo esta historia como base, la narrativa del documental se desarrolla por medio de una serie de anécdotas en torno a la controversial figura de Sam Peckinpah —desde sus historias haciendo gallitos, hasta sus dichos en televisión con respecto a “la diferencia entre una buena y una mala prostituta”—, que se contraponen con la mirada de una hija que lo vio por última vez a sus 12 años. A lo largo de la historia, Lupita relata las múltiples posibilidades que pueden salir del viaje, la suite, y el habitar todo aquello que su padre habitó. “Tengo miedo de verla por todas las expectativas que me he creado estos años”, comenta en un momento. Y, de esta misma manera, Pedro González Bermúdez construye el primer tercio de la narrativa del documental en torno a las múltiples variables que podrían emerger ante el choque del legado de la leyenda de Peckinpah contra la realidad inmóvil de un recinto al cual los años no le han pasado por encima.

Lo que en un principio podría parecer una idea atrayente para develar un relato en torno a un viaje tanto físico como emocional, comienza a desmoronarse a medida que la historia se desarrolla, principalmente debido al uso de técnicas audiovisuales que, más que reflejar las posibilidades de conexión entre Lupita y la suite en donde habitó Sam —que, a mi parecer, es lo que prima en esta historia—, detallan el reencuentro espacial de una manera un tanto pomposa, en donde las tomas de drones y un montaje al compás de una batería incesante distraen más de lo que deberían aportar. En una escena, Lupita comenta “mi padre ha estado conmigo, pero no sé su identidad”, haciendo hincapié en cómo ella creció conociendo a “Sam Peckinpah, la leyenda”, más que a “Sam Peckinpah, el padre”. Esta simple base podría haber dado pie a una historia bastante íntima en torno a legados, paternidades, y ausencias, pero que ante el acercamiento de González Bermúdez, no se diferencia mucho de uno de los tantos documentales originales que se añaden a la cartelera de Netflix cada semana; una historia —aparentemente— digna de contar a través de un medio audiovisual, pero cuyo tratamiento formuláico no marca mayor diferencia del montón.

En un momento del documental, Lupita comenta que Begoña Palacios, su madre, conoció a Sam Peckinpah durante el rodaje de “Major Dundee” (1965), en donde ella interpretaba a una mujer llamada Linda. A los ojos de Peckinpah, ella fue linda. El cine les unió y de su relación nació Lupita. Y entre la ausencia de una padre y la curiosidad de una hija, nace “Peckinpah Suite”. Resulta lindo pensar que, de una u otra manera, este documental no hubiese sido posible sin el cine en sí mismo; el cine como un espacio que congrega personas, crea mitos y, hasta cierto punto, reúne familias. Lamentablemente, hay tan poco cine en este relato de hora y algo que la interpelación más fuerte que genera hacia el espectador es el (re)visitar a Sam Peckinpah a través de sus propias obras, más que testificar a través de su propio desarrollo por qué era importante que esta historia fuese documentada. Dudo que haya alguien a quien le interese este largometraje sin conocer previamente a Peckinpah, aunque no me cabe la menor duda que —con todo el respeto que merecen las ediciones en físico— esta película tiene mejor cabida en los extras de un Blu-Ray que en un festival de cine.

 

 

“Peckinpah Suite” (Pedro González Bermúdez, 2019) es parte de la Competencia Internacional de Largometrajes del 7º Festival Internacional de Cine de La Serena (FECILS) y estará disponible en Festhome hasta el domingo 31 de octubre.

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