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30 enero 2025, 01:57 AM | Actualizado | Chile
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Queer

“Queer” (2024) de Luca Guadagnino: Daniel Craig es el hombre más triste del mundo

Fenómeno poderoso, el punto de vista. Postula una de las certezas más incómodas: hay tantas realidades como ojos desde los cuales se aprecian. Cual relato marcadamente sesgado en “Rashomon” (1950) de Akira Kurosawa, la experiencia de ver y escuchar “Queer” está abarrotada de cada molécula del cuerpo de su protagonista, William Lee. Cada gota de saliva, estado mental y torrente de emoción. Cada acción y reacción. No hay ni una migaja de justicia de percepciones en este cuento. Su entendimiento completo se supedita a los filtros sensoriales del sujeto, lo que no es malo. Solo hay que tener el mapa claro para no perderse.

Sin dejar de ser temeraria y polarizante, la determinación del director y el guionista es principalmente respetuosa de su fuente, la novela corta homónima escrita en 1952, pero publicada en 1985 donde su autor, William Burroughs, como que se autoinserta en el pellejo siempre ardiente, generalmente transpirado y a veces con tercianas de Lee como para ficcionalizar lo que vivió con Lewis Marker. Tal vez, para compensar la pequeña licencia que se toman en el tercer acto —nada de eso está en el libro— es que Luca Guadagnino y Justin Kuritzkes se amarran con cadenas y candado a la voz tozuda, bruta y personalista del escritor, que no resiste ni un rayito que no provenga desde su propia fuente de luz. Esto significa que quedamos ciegos frente a todo el resto. Ese es el punto.

Aferrada a este marco es que se desarrolla la historia de Lee (Daniel Craig), un expatriado estadounidense merodeando los cincuenta que anda dando vueltas por Ciudad de México unos años después de la Segunda Guerra Mundial. Bueno para el vicio y sin un claro horizonte, pasa su tiempo de bar en bar bebiendo con conocidos, leyendo el diario y, más importantemente, levantándose a jovencitos lindos. O, al menos, intentándolo con bastante afán. Es que la película se titula “Queer” (raro o marica en nuestro español y que en inglés ha mutado del insulto a la reapropiación) por motivos; Lee y compañía se atreven a comportarse abiertamente homosexuales. Pero el título abraza algo más interno que semántico.

Lo que engloba son las profundidades de la experiencia universal queer, que aquí deambula en los pies de Lee que no dejan de buscar con el anhelo de encontrar y así doblarle la mano a un destino vil que amenaza con sepultarlo en la soledad. Durante esas caminatas, las estrellas le presentan a Eugene Allerton (Drew Starkey) y de pronto ya está, la búsqueda cesó. Introducido al zamarreante son de “Come as you are” de Nirvana (uno de los guiños a la admiración que sentía Kurt Cobain por Burroughs), Allerton es una visión de sirena de belleza letal, cual veneno de serpiente que tiene contaminado y agónico a Lee en cuestión de segundos. Si nos parece el hombre más bello del maldito planeta es porque los ojos de Lee son los nuestros. Desde entonces, su visión túnel se reduce a la urgencia enfermiza de poseer al chico en todo nivel humanamente posible y de que semejante sentimiento sea recíproco. Entonces surge un problema: no lo es. No de la forma exacta en que Lee necesita para saciarse. Hablamos de una sed desértica con desvaríos.

Daniel Craig nunca estuvo tan penosamente enamorado. La pantalla se electriza con la chispa de una interpretación soberbia que comprende cuándo más es más y cuándo es menos, que fusiona la adicción a la droga y a una persona en una sola, de una fisicalidad corajuda, desatada, palpable y un sentimiento sobrecogedor. Su Lee es un adolescente vuelto loco, surfeando la ola del primer amor: ansioso, torpe, cargante, patético. También vulnerable, ilusionado, tierno y devoto. Además, devastado e incapaz de superarlo. Ninguna fabulosa chica Bond logró embriagarlo como un Drew Starkey que, encima vistiendo esas bellezas diseñadas por Jonathan Anderson, está magnético habitando a un objeto de deseo que personaliza las facetas de un gato: seductor, agraciado, elegante, enigmático, inmutable, gélido e hiriente. Sus poquísimas palabras son compensadas con una presencia atormentadora dentro y fuera de pantalla.

Guadagnino define la relación como “desincronizada” en vez de no correspondida, argumentando que desde sus diferentes longitudes de onda no se dan a entender. Explicaciones aparte, lo cierto es que la desbalanceada dinámica, parte de ella transcurrida durante un viaje a Sudamérica que costea Lee a cambio de que Allerton le retribuya en carne, desespera tanto al espectador como solamente puede desesperar a un Lee que lo quiere todo ahora y otra vez después. Eso incluye el delirio de que la ayahuasca que persiguen en la selva permitirá el milagro de la telepatía, metáfora de la fijación de un hombre por penetrar hasta en la mente del otro. Cuando no estamos subyugados a la sensación de rechazo que aniquila a Lee, somos cómplices de una pasión reveladora. Esos momentos de intimidad, exhibidos entre astutas elipsis, montados con una música exquisita de Trent Reznor y Atticus Ross que pulsiona según la intensidad y donde Craig y Starkey se tiran de cabeza a la piscina, son los únicos instantes en que el corazón de su vínculo alcanza su rojo genuino a la vista de todos.

Rodada en formato soundstage en los icónicos estudios Cinecittà, en Roma, “Queer” se arma de planos que emanan una vibra de tarde apestosa de verano ideal para guisar pensamientos difusos. De calculada facha de bajo fondo, calurosa y decadente, que viene a edificar el mundo interno del protagonista escrito por la pluma áspera de Burroughs, la fotografía de Sayombhu Mukdeeprom pinta cuadros que conviven con un onirismo y conceptualismo que pide prestado de nombres como Luis Buñuel, Stanley Kubrick, David Lynch, David Cronenberg, Salvador Dalí y Francis Bacon. De hecho, un muchachito Craig interpreta al amante de Bacon en “Love is the Devil” (1998) de John Maybury, referencia que supone una comparación inevitable. Los huevitos de Pascua suman y siguen: el peso de la soledad recuerda el espíritu de la obra “Nighthwaks” (1942) de Edward Hopper; el fondo selvático en el contexto de un romance evoca a “Tropical Malady” (2004) de Apichatpong Weerasethakul; y “La lección de música” (2000) de Francis Alÿs es replicada en aquel encuadre donde la conexión de Lee y Allerton los lleva a compartir un sueño sin sospecharlo.

Aunque la tragedia de un amor fallido la une en teoría a “Llámame por tu nombre” (2017), en la práctica la cinta se emparenta al horror y surrealismo de “Suspiria” (2018). Es que, oprimidos en el tumultuoso cerebro de Lee, navegamos la extensión de un solo polo de una situación donde bailan dos. En este escenario, la perspectiva de Allerton poco y nada importa, lo que válidamente frustra y hasta disgusta. El asunto es que es una decisión autoral consecuente con un relato que, lejos de ser romántico, en realidad aborda los padecimientos más prístinos del marica de Lee que son la lujuria incorregible, la adicción dual y, por encima de todo, el terror de que el tabú de su orientación sexual le prive forjar un lazo verdadero. Al final, es la historia de un hombre que rehúsa su condena a morir solo. Bien lo manifiesta Caetano Veloso mientras corren los créditos: “¿Cómo no puede estar triste un hombre que ve y siente?”.

“Queer” de Luca Guadagnino estará disponible próximamente en la plataforma de streaming MUBI.

¡Revisa el trailer de «Queer»!

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