“Rotting in the Sun” (2023): bordeando la ficción y la realidad
Quiero pensar que “Rotting in the Sun” (2023) es un engaño. Al igual que todas las películas, tomar un fragmento del mundo y hacerlo mentira. Como el mago que movía una moneda para convertirla en carta, aunque acá difícilmente hay una ilusión más grande que la remitida al lenguaje del medio. En sus minutos iniciales, lo único que alcanzamos a suponer es que la cinta no es más que una reversión temática de “La Vida Me Mata” (2007) o un enorme juego meta diegético que parodia y rinde tributo, o, también, una historia de superación autobiográfica.
En el relato nos encontramos con un hombre sumido en una autodestructiva depresión, el propio director Sebastián Silva que se interpreta a sí mismo, pasando sus días en una profunda apatía. Con una escena sacada directamente de su ópera prima. Y también, con la presencia de la amistad como unión dispareja de los excéntricos (si acaso consideramos a los depresivos “excéntricos”). Jordan Firstman es quien debería llevar a Sebastián por el camino luminoso, volver a encausarlo en el trance libidinoso y desquiciado del mundo. Tal es el engaño que incluso hay un compromiso para dirigir el más reciente proyecto del influencer, primero a regañadientes y luego a la desesperada por parte de Sebastián, que ve en el “descerebrado” y enérgico usuario un escape a su crisis creativa y, quien sabe, también a su depresión.
Es cierto que a la vuelta hay varias cosas que desentonan: un secundario que es ninguneado y aplacado más allá de cualquier incompetencia. Vero (Catalina Saavedra) se nos presenta como un fantasma. Con el rostro apocado y su mirada gacha; la tenue voz que le recorre entre justificaciones y perdones a sus jefes solo es un acicate de la ilusión inicial. Aun así, nos parece claro cuál es el producto ¿no? Una historia de redención ya típica del cine narrativo. Un personaje aplastado o en una situación profundamente negativa, que se levanta y mejora con el amor del prójimo y una suerte de reconexión con la otredad. Lo que puede resultar en relato triste, sí; cargado de momentos para llorar y sufrir, también; ultimadamente, un final feliz que nos convenza de que la vida (tan puerca como ella sola) no es tan mala y que de haber instancias, las hay a montones para reír y ser felices.
A eso apuntaba Rotting in the Sun (2023) y es ahí donde Sebastián Silva y Pedro Peirano dinamitan todo. Se echa un freno al bucle autodestructivo de su protagonista y su aparente “camino redentor” para convertir el filme en un siniestro crimen social, traspapelado con las humillaciones de clase y la tensión in crescendo que implica el ocultamiento de un asesinato a los ojos del mundo. Lo que dicho de otro modo, significa que nos encontramos ante un thriller y una historia de amor, de un amor que nunca ocurrió pero que se sufre y vive como si hubiera ocurrido.
Sin embargo, ni Peirano o Silva mentían totalmente al transfigurar la realidad como base inicial para el filme. La realidad, con sus más y sus muchos menos, se mantiene hasta quebrar el universo de las redes sociales, que en esta obra abundan: por un lado, en una de sus musas, Jordan Firstman, y por otro, en los continuos insertos y planos subjetivos (todos ellos descuadrados) de memes y tiktoks. Realidad que, en el fondo, nos consta como un naturalismo cinematográfico. Ergo, cámara en mano, una puesta en escena verosímil, y un dispositivo general que prefiera mantener la unidad narrativa.
La cámara puede moverse con fluidez por los espacios del filme pero se encuentra completamente rendida a los resquicios del relato. Desprecia la composición geométrica y también, la manipulación lumínica, prefiriendo un uso natural de las luces. Tampoco, es de esperarse que el sonido vaya a soltarse la melena con fórmulas expresivas o formalmente radicales; al igual que la imagen, se construye para favorecer la narración. Mientras que los elementos del montaje le asocian un ritmo, corte en seco, va alternando entre distintas perspectivas de un espacio. Puede que su elemento más destacable sea una serie de intrusiones subjetivas que dan cuenta de la interioridad de determinados personajes, pero que tienen la mala fe de sobreexponer un sentimiento claramente transmitido con el gesto de los actores.
En este punto se hace claro lo que Silva pretendía desde un inicio: romper las líneas de la ficción y lo real. Desdibujando las paredes que sostienen la falsedad con el simple juego de colocarse a sí mismo (y un par más) como personaje protagonista, al tiempo que, irónicamente, reproduce su entorno de la forma más exactamente “real” que el lenguaje ha codificado en el último tiempo. Invirtiendo la relación, rebusca entre los clichés y arquetipos usuales para trasponer la auténtica historia que desenvolverá en el filme. He aquí el engaño y también su mentira: Vero no es ninguna persona real, sino Catalina Saavedra actuando, pero nadie jamás vaya a dudar que su personaje, con sus toques y maneras predecibles (ese sobrino sacado del cartel del Chapo por ejemplo), sea falso, porque el desprecio social está inscrito en cualquier lugar del mundo, de la misma manera que la depresión corroe la mente de los individuos o la “cultura del selfie” prosigue, imparable, en nuestro día a día.
Pero detrás de la pantalla negra de este universo hiperconectado, hiperdesnudo, simulado, hay historias tan extrañas como dolorosas. Los protagonistas pronto lo descubren, a su lado, al costado, arriba, abajo, atrás y adelante, se encuentran vidas ocultas y eventos incomprensibles. Puede que la ficción nunca supere a la realidad, pero la realidad se parece y se trata como si fuera una ficción. Todo se vuelve objeto de un video, de una narrativa, de una serie de filtros y encuadres que fabrican la creación de “protagonistas”, engañados en una película que los tiene como personajes principales de un relato que se dice “tu vida, mi vida” pero, en esa historia de los egos, ¿qué hay de los personajes secundarios?
Rotting in the Sun (2023) se estrenó el 15 de septiembre en MUBI.
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