Run Over (2023): el discurso de la rabia
La noche del 18 de septiembre de 2013, un embriagado Martín Larraín, hijo del entonces senador y presidente de Renovación Nacional, Carlos Larraín, atropelló y abandonó a Hernán Canales, trabajador de 39 años quien minutos después, ante la falta de socorro, falleció dada la gravedad de sus heridas. Tras dos juicios plagados de controversia, Larraín fue absuelto del crimen. La familia de Canales demanda justicia hasta hoy en día.
“Run Over” (Los Hermanos Ibarra Roa, 2023) un largometraje de ficción cercano al Caso Larraín. Contada en tres episodios, centrados en las distintas partes involucradas (la víctima, el asesino y los testigos). La película dice plantearse desde un lugar de rabia incendiaria, pero tristemente da como resultado un irresponsable y bochornoso juego teatral en que la forma termina ofuscando la intención de fondo.
No es mi intención tomar una postura autoritaria respecto a los temas que el cine debiese tocar y como debiese hacerlo. Mucho menos con el género de la comedia, uno que destaca al revelar frustraciones ante injusticias sociales como las del Caso Larraín. No es la premisa la que juzgo tanto como la ejecución de la misma. Y es que desde sus minutos iniciales la película lucha por compatibilizar impulsos que terminan carcomiéndose entre ellos. Presentar un sensible relato sobre la arbitraria muerte de un amable hombre, la carencia de justicia y como esta arrastra por el desagüe la vida de quienes atestiguaron el crimen; y… Pulp Fiction (Tarantino, 1994).
¿A qué me refiero con esto? Desde el planteamiento de la estructura en capítulos, al uso de la coincidencia como motivo recurrente en la historia. De los cameos de personajes y el orden no cronológico. De la grosería e infantilismo suyos, al uso de diálogo repetitivo para exponerle. Todo esto mediado por una devoción hacia el cine norteamericano y sus particularidades. Pese a la clara influencia del sello Tarantino, también lo son así las diferencias, lo que hace lucir peor a “Run Over”.
El diálogo Tarantinesco es proclamado, entre otras razones porque a través de lo que pareciese conversación trivial demuestra capas y capas de profundidad respecto a las creencias, deseos y motivaciones de sus personajes. El diálogo en “Run Over” poco hace para retratar un bosquejo suyo, lo más cercano a ello es en el capítulo centrado en el victimario, al utilizar la repetición para criticar la endogamia característica de los círculos de clase alta.
Hay un obvio problema en emplear como referencia una película inspirada en representar “entretenimiento barato y dispensable”, como Tarantino describe a las pulp magazines, para otra sobre un suceso criminal repudiado hasta hoy en día por la falta de justicia. “Pulp Fiction” es una película sobre ficción. “Run Over” es incapaz de decidir si quiere que nos riamos o lamentemos de sus personajes, por lo que resulta en una película sobre nada. Momento a momento, la película usa recursos brechtianos en relación a una reverenciosa referencialidad al cine hollywoodense, para distanciar a la audiencia de la historia planteada, de forma que se vuelva más “digerible”, más apropiado para el consumo. Esta obsesión queda más que clara desde los minutos iniciales, con el monólogo propio de un policial, dicho en un pobre inglés, que proviene del personaje de Daniela Vega mientras da sutiles miradas a la cámara fumando su cigarro.
En otras manos, estos recursos podrían ser utilizados para examinar el rol del medio en la representación de los sucesos y en su olvido, en la de los Hermanos Ibarra, resultan en un avergonzado ejercicio de bathos, la necesidad de quitarle peso a lo presentado en pantalla con tal de que la audiencia no tenga que lidiar realmente con la gravedad de lo sucedido.
La película me recuerda a Miss Marx (Nicchiarelli, 2020), otra película en que el artificio del dispositivo ofusca más que revela, obstruyendo el flujo de las emociones. Pero a diferencia de Miss Marx, en que tal choque entre forma y contenido resulta incidental, lo que no puede evitar dejarme perplejo es que en “Run Over” todo es intencionado.
Todo esto nos lleva a hablar respecto a los problemas de la película en balancear tono. La escena inicial, en que un comídico encuentro sexual termina siendo irrumpido por el abrupto y desconcertante atropello de un hombre, es el caso excepcional en que la película nos demuestra lo que pudo haber sido. Sencillas técnicas de cambio en la escala de planos, su duración y movimiento, además de la tensa banda sonora, son más que suficiente para colocar a la audiencia en una frágil posición, una en la que todo se puede perder de la nada. Tristemente, la norma para la película es otra, una en que la farsa desfigura todo intento de verdad.
En el transcurso de la película, ciertos motivos, en general juguetones con el medio, tienden a repetirse. El sutil quiebre de la cuarta pared, el cambio en la relación de aspecto, saltos en el tiempo, un montaje más sucio, etc. La película está saturada de gestos, el problema es que muchos de ellos son gestos vacíos. Que parecieran indicar profundidad, pero apenas logran aparentarla dado su gratuito uso.
Genuinamente, me es difícil comprender qué es lo que busca la película, quizás porque no creo que la misma película lo tenga claro. Lo único que me queda es la promesa inicial, el discurso de la rabia, que por distante que sea, parecía genuino en un inicio. Pero no veo cómo puedo sentir rabia cuando no me importan los personajes.
Esto es un problema tanto de guion, actuación, montaje y dirección. Ya hemos ahondado en cómo el medio mismo dificulta el relacionarnos con esto, al presentar sus vidas con lo que a lo mínimo es una irresponsable infantilidad, y en algunos casos un cínico sentido de ironía. Las actuaciones, por otro lado, son grandilocuentes, exageradas, propias de una comedia. El uso de planos cerrados solo refuerza esta sensación. El problema es que entre tanta exageración poco tenemos de un atisbo de humanidad.