Comercial | Escríbenos a:  CONTACTO@BITACORADECINE.CL
21 noviembre 2024, 09:06 AM | Actualizado | Chile
Search

“The Year of the Everlasting Storm” (2021): Insectos presos de la luz

“The Year of the Everlasting Storm” (2021) comienza con una cita del cineasta Robert Bresson; “uno no crea agregando, si no quitando”, o algo bajo esas líneas. Y claro, las siete historias que componen este documental cuentan con el pie forzado que ha afectado la narrativa de nuestras vidas por más de un año y medio: la pandemia por COVID-19. En este caso, el evento global es retratado por un puñado de cineastas, cuyas miradas provienen de diversos puntos del planeta: Jafar Panahi, de Irán; Anthony Chen, de China; Malik Vitthal, Laura Poitras y David Lowery de Estados Unidos; Dominga Sotomayor, de Chile; y Apichatpong Weerasethakul, de Tailandia. ¿La temática? Una época de encierro en donde las cámaras parecieran ser un escape viable. Si la vida presenta limitaciones, ¿qué emerge de un cine con restricciones?

Tras la cita de Bresson, Panahi abre los fuegos de esta antología con “Life”, un retrato del cotidiano pandémico de su familia. La historia comienza con Iggy, una lenta, paciente y contemplativa iguana que observa la vida pasar tras un ventanal. En su mirada recae un huevo; la esperanza a la distancia. Sin embargo, no puede hacer nada para acercarse a este. El animal repta hacia un agujero negro en la pared, perdiéndose del ojo de la cámara y de la mirada de quien observa lo grabado. El huevo permanece donde estaba y, de momento, no sabemos si algo nacerá de ahí. La secuencia que introduce este segmento encapsula perfectamente el hilo conductor de las historias de este documental; refleja una época de encierro en donde las cámaras parecieran ser nuestro principal —y quizás único— método para “eludir” las restricciones sanitarias y acercarnos con quienes nos queremos comunicar, ante una vida marcada por un distanciamiento físico, más no social. En las instancias en que ha sido posible, la comunicación se ha visto mediada por videollamadas pero, si las condiciones lo permiten —y así como experimenta la familia de Panahi—, la visita de una persona con un overol blanco, spray desinfectante, y guantes sobre guantes resulta algo común al momento de interactuar en persona con otro ser humano. Corren otros tiempos para quienes esperamos a la distancia que se rompa el cascarón.

La profundización en el efecto de “la nueva normalidad” en las relaciones humanas es ahondado en “The Break Away”, de Anthony Chen. En esta sección, una joven pareja se ve enfrentada a la coexistencia y adaptación de sus respectivas rutinas, mientras equilibran la tutela de su pequeño hijo. Inevitablemente, el contexto sanitario deviene en restricciones afectivas, al punto en que los cambios de ánimo se vuelven tan frecuentes en la pareja, que incluso el fortalecimiento del vínculo entre el padre y su hijo puede depender de un elemento tan inocuo como lo es el anti-hit musical “The Fox (What Does the Fox Say?)”, del dúo de comedia noruego Ylvis. En el caso de esta historia, el registro de esta familia es capturado por medio de un delicado tratamiento de imagen, orquestado por una mirada externa a los protagonistas. Sin embargo, el caso de “Little Measures”, la historia presentada por el estadounidense Malik Vitthal, representa todo lo contrario. Vitthal documenta la vida de Bobby Yay Yay Jones un hombre que, mientras busca reunirse presencialmente con sus tres hijos, se reúne virtualmente con ellos por medio de videollamadas. Aquí, el rol de “director de fotografía”, si se le quiere ver así, recae en la persona que sostiene su propio celular, ya sea padre o hijo, siendo el montaje el elemento en donde emerge la intención creativa del director y el dinamismo que se encuentra ausente de la espera tras las pantallas, en donde pareciera ser que para este padre hasta un glitch significa un guiño de esperanza para reencontrarse con los pequeños.

“Terror Contagion”, un cortometraje de Laura Poitras, se enfoca en una investigación ligada a la seguridad digital y privacidad de datos que rodea a todas aquellas interacciones mediadas por el uso de Internet. Por medio de entrevistas vía Zoom a diferentes periodistas y el registro a la distancia de las fuerzas policiales, la cineasta estadounidense se adentra en las técnicas de espionaje del malware Pegasus, lo peligroso de estas herramientas en las manos equivocadas y cómo, inevitablemente, existe una poderosa retroalimentación entre la violencia digital y la violencia física, venga de donde venga. La relación entre la entrega de nuestros datos digitales con el fin de obtener cierto acercamiento al “mundo real” continúa en “Sin Título, 2020”, un cortometraje de Dominga Sotomayor en donde, haciendo un guiño a lo que hemos vivido en Chile en torno a los formularios virtuales para pases de movilidad, retrata la odisea en la que se enfrasca una madre y una hija a la espera de poder ver a un bebé a punto de nacer. Como contraparte al apartado visual más ligado a los “documentales de escritorio” que presentó la sección realizada por Poitras, Sotomayor despliega una atmósfera visual bastante similar a lo observado en su largometraje “Tarde para morir joven” (2018) y, de paso, continúa con algunas de las temáticas presentadas en “Correspondencias” (2020), el cortometraje documental epistolar que co-dirigió con la cineasta española Carla Simón. Así como en el relato de corta duración narraba la interrupción de su envío de cartas a Simón debido al inicio de la revuelta popular que comenzó en octubre de 2019, acá un breve paseo cercano a la Plaza Dignidad ilustra una situación en la que miles de chilenos y chilenas hemos pensado: cómo las protestas masivas de la revuelta popular que comenzó en octubre de 2019 se vieron “pausadas” por una pandemia. “Pintaron todo”, comenta una de las protagonistas al ver la base del monumento al general Baquedano despojada de todos los colores que ganó en pleno estallido social.

El cortometraje de la cineasta chilena presenta una de las escenas más llamativas del documental que, sin adelantar mucho, deviene en una canción impulsada por un grupo de usuarios de Zoom. Lo que a momentos se siente como una de las secuencias más envolventes —en términos atmosféricos— y oníricas —en términos de despliegue— a lo largo de la antología, deviene como una introducción a los aires que desprenden de la penúltima obra del lote: “Dig Up My Darling”, de David Lowery. Acá, el realizador estadounidense desarrolla una atmósfera bastante similar a lo desarrollado en largometrajes como la lúgubre “A Ghost Story” (2017) y la fantástica —en todo sentido de la palabra— “The Green Knight” (2021), aunque, en este caso, en una historia bastante más aterrizada que en el par ya mencionado. En este relato epistolar, seguimos a una mujer que, tras encontrarse con una caja llena de cartas, decide emprender la búsqueda de una tumba anónima. En un momento, un disparo se escucha a la distancia, pero lo único que la rodea es el silencio. La muerte está rondando. No se puede ver, pero está ahí. Ante esto, solo pareciera primar el intento de trascender por medio de la palabra, sea quien sea su receptor. Siendo esta una historia cuyo motor principal son las narraciones que emergen de las cartas ya mencionadas, resulta interesante la elección de finalizar este largometraje coral con “Night Colonies”, un cortometraje silente de Apichatpong Weerasethakul.

De una manera bastante similar al cortometraje “Blue” (2018), el cineasta tailandés registra diferentes perspectivas de una instalación, bajo una mirada tenue y contemplativa. En este caso, una habitación llena de insectos. El lente de la cámara se acerca a ellos, generando una intimidad tal que pareciese que conviviésemos junto a ellos. Las alimañas deambulan de un lado a otro y, ocasionalmente, devoran a algún ser vivo menor. Prima el retrato de insectos en la luz que, a pesar de estar rodeados de ventanas, no pueden evitar la incandescencia de la luz para sobrevivir. Comenzar con la iguana de Panahi y finalizar con los bichos de Weerasethakul es una de las declaraciones de principios más grandes que emergen en “The Year of the Everlasting Storm”. Este último año y medio nos convertimos en una suerte de depredador y presa de nuestras propias imágenes, generando —tanto directa, como indirectamente— contenido audiovisual, ya sea su plataforma de exhibición una sala de cine, un festival online, o la misma pantalla de la persona que le está transmitiendo su imagen a su hijo, quien se ve a sí mismo mirando a su padre, quien se ve a sí mismo mirando a su hijo, y así.

El fenómeno retroalimentativo entre la necesidad de sentirse contenido conectando con un otro por medio de videollamadas y el incremento de creación de contenido audiovisual por medio de celulares, web-cams y otros medios similares es mucho más que una mera conexión verbal. El contenido entrega contención. Es como si, ante la pandemia cada video-selfie actuase como un escudo facial, generando una barrera preventiva entre persona y persona, y en donde una imagen contenida bajo las cuatro aristas de la pantalla pareciera indicarnos que todo estará bien y que el tiempo lo curará todo. Así como en todas las historias que componen este documental coral, quienes hemos protagonizado nuestros respectivos relatos pandémicos, hemos incurrido al registro audiovisual para comunicarnos con un otro, actuando como directores de fotografía de una película cuyo guión aún está por definir. Aunque claro, es fácil embobarse ante los focos. Siempre está la delgada línea entre ser la iguana expectante a lo que trae la nueva vida o un grupo de insectos presos de la luz.

 

 

“The Year of the Everlasting Storm” (VV.DD, 2021) es la película de clausura del 25º Festival Internacional de Documentales de Santiago (FIDOCS). Se exhibirá el martes 7 de diciembre a las 20:45 en el Centro Arte Alameda, instalado tras su incendio en el Centro Cultural del Instituto Nacional CEINA. Entradas disponibles en Passline.

Post a Comment

Your email address will not be published. Required fields are marked *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.