Top Gun: Maverick (2022) Aún las hacen como antes
“Top Gun: Maverick” (2022) nos reúne, 36 años después del filme original de 1986, con el piloto de la Armada estadounidense Pete “Maverick” Mitchell (Tom Cruise), que se dedica en la actualidad a probar aviones hipersónicos. Tras accidentarse en uno de ellos, Maverick está a punto de quedarse sin trabajo; pero su viejo amigo, el almirante Tom “Iceman” Kazansky (Val Kilmer), ordena entonces que se le encargue entrenar a una docena de graduados de la escuela Top Gun. Seis de ellos tendrán que pilotar aviones F-18 y destruir una planta de enriquecimiento de uranio que incumple las normativas internacionales.
No es difícil entender la recepción positiva de “Top Gun: Maverick”. Es quizá tan buena como una producción de su estilo podría serlo. Con “su estilo” no me refiero al género de acción con toques de drama, sino más específicamente a los blockbusters hollywoodenses que representan una importante tradición estética y valórica de los Estados Unidos. Darle un nombre sería arriesgarse al reduccionismo, así que comenzaré por enumerar una serie de elementos emblemáticos, en su mayor parte lugares comunes, que vemos en la película. La rivalidad entre pares que termina cristalizándose en amistad. La determinación heroica de no abandonar a los compañeros. Lentes oscuros, motocicletas, el gusto por la velocidad. Banderas estadounidenses en todas partes. Un romance accesorio, que sirve más que nada para equilibrar el ritmo —como descanso de la acción— y para iluminar los hechos de la trama principal. Un protagonista insubordinado que termina por ganarse el respeto de sus superiores. Etcétera.
Que no se malentienda. Una descripción así parece inmediatamente despreciativa, como si quisiéramos burlarnos y reafirmar nuestra superioridad cultural, pero no es tan simple. La clave, en mi opinión, está en apreciar la ambivalencia de los clichés en general. Por un lado son predecibles, y tienden a anticipar que el resto de la historia también lo es, como en este caso. Además, algunos tienen una clara carga ideológica —más clara por el hecho de ser clichés— que puede provocar rechazo (adelante hablo más al respecto). Por otro lado, cuando un rasgo estético o narrativo se vuelve reconocible, se debe comúnmente a que ha probado su efectividad, al menos con el público general. Las cosas se hacen de cierta manera porque, según la experiencia, así funcionan. Como dice el proverbio: “if it ain’t broke, don’t fix it”.
Estructurar una obra en base a clichés prácticamente garantiza que no será una gran obra, a menos que haya también alguna forma de auténtica subversión, y “Top Gun: Maverick” no intenta subvertir en absoluto. Al contrario: parece orgullosa de continuar una larga tradición del cine de acción estadounidense, predominantemente masculina en intereses y actitudes, patriótica y militarista, inspiradora y conmovedora. Pero es justo por esta postura sincera, libre de ironías y otras complejidades innecesarias, que se siente como un clásico. Hay un atractivo camp, un disfrute de los momentos familiares y burdos debido a que son familiares y burdos, y a pesar de que no lo son a consciencia. Sobre todo, abundan las líneas de diálogo que pueden resultar graciosas sin que haya intención humorística, como “es el hombre vivo más rápido”; “por motivos que solo Dios todopoderoso y su ángel de la guarda saben, solicitan su regreso a Top Gun”, o “es hora de pasar página”.
Es un guion sin vergüenza ni pretensiones, exitoso por su vitalidad y su sencillez. Por lo general, las audiencias no quieren ver cualquier película de género hecha a la rápida solo porque replique convenciones agradables. El oficio se aprecia, y el apartado técnico de “Top Gun: Maverick” es básicamente impecable. El uso de CGI nunca quiebra el realismo de las imágenes; el sonido y la cámara transmiten una sensación de movimiento notable, sobre todo en la sala de cine, y el montaje satisface tanto la necesidad de información como la de tensión. La historia misma, que puede considerarse el punto más débil, es innegablemente redonda, “bien hecha”, y cumple quizá con todo lo que se propusieron los creadores.
Es posible que persista la pregunta de qué representa “Top Gun” a nivel ideológico, pues, aunque presumiblemente solo aspire a entretener o conmover, hay en este sentido algunos detalles interesantes. Considerando que trata sobre una misión de las fuerzas armadas de la mayor potencia mundial, el tono es decididamente apolítico. Esto solo quiere decir que el contenido político no forma parte de la superficie textual, del argumento en sí, y que no tiene protagonismo temático. Pero no puede dejar de observarse, junto con la mencionada omnipresencia de banderas estadounidenses, que una historia como esta, en que no se problematiza a los militares en cuanto a militares, debe hallar una manera de justificarlos.
Aquí se intenta tratando la misión como un juego, un escenario para los sentimientos y motivaciones personales de los protagonistas. La identidad y el propósito del enemigo son tan vagos como pueden serlo sin quedarse en la mera abstracción: nos basta con saber que han estado construyendo (¿quiénes?) una planta de uranio que rompe un tratado de la OTAN, y que ese uranio representa una amenaza para sus aliados (¿quiénes?) en la región (¿dónde?). Cuando finalmente realizan la misión, los pilotos del bando contrario visten de negro de pies a cabeza, con la cara oculta detrás de cascos opacos. Jamás vemos sus ojos, ni siquiera un centímetro de su piel; tampoco los escuchamos hablar. Bien podrían ser robots, pues en el fondo la simulación continúa, y lo importante es el desarrollo de los personajes (los reales).
Top Gun: Maverick no es una gran película; mucho hay de cuestionable en su pretendida inocencia, en su conformismo artístico, en su sentimentalismo. Pero su convicción, la coherencia de sus partes y la solidez de su factura la hacen, en mi opinión, firmemente buena, como he comprobado luego de verla tres veces sin que deje de cautivarme.
Top Gun: Maverick (2022) compite en 6 categorías en los Premios Oscar, destacando Mejor Efectos visuales y su sorpresiva nominación en Mejor Película.