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21 noviembre 2024, 11:14 AM | Actualizado | Chile
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Unrueh (2022): De la intención al efecto

El título de esta película, dirigida, escrita y editada por Cyril Schäublin, es uno de sus aspectos más interesantes. No me refiero a la traducción al español, “Disturbios” —pues solo conserva un sentido—, pero sí a la versión en inglés, “Unrest”, seguramente la más difundida a nivel internacional, y más aún al título original, “Unrueh”, una palabra que según mis averiguaciones no existe. Esta última se parece mucho, sin embargo, a la palabra alemana “unruhe”, que tiene en la actualidad el significado de “agitación”, “turbulencia” o “alboroto” (hasta aquí equivalente a la versión en español), pero que también designaba en el siglo XIX a uno de los componentes del reloj mecánico, el volante regulador. Hoy en día se usa el vocablo alemán “unruh” para referirse a esta pieza. El inglés “Unrest” mantiene la polisemia (o al menos la sinopsis oficial y los subtítulos en inglés de la película nos hacen creer que a la “balance wheel” también se le puede llamar “unrest wheel”), pero no el error ortográfico. A ello se debe que el título original resulte un poco más intrigante: ¿por qué no se llamaría simplemente “Unruhe”, si esta palabra ya contiene ambos significados, el de agitación social y el de componente mecánico en un reloj?

Por un momento, antes de notar que en el siglo XIX los fabricantes de relojes decían “unruhe” en vez de “unruh” para referirse a la pieza, pensé que Schäublin había querido amalgamar ambas palabras en el neologismo “unrueh”. Después me di cuenta de que el contexto del relato lo hacía innecesario. Entonces volví a ver —o más bien escuchar— la conversación en que uno de los personajes principales, una trabajadora llamada Josephine, recién despedida de la fábrica de relojes por pertenecer a una cooperativa anarquista, describe lo que era su trabajo a Piotr Kropotkin, conocido como una de las figuras fundadoras del anarco-comunismo: “yo produzco lo que se llama el ‘disturbio’ [‘unruhe’]. Eso es el volante regulador”. Hay una entonación curiosa en el “unruhe” de la actriz, como si no estuviera del todo segura de si lo pronuncia bien, así que lo hiciera a modo de pregunta. Comparando esta muestra con la lectura alemana de un traductor en voz alta, creí distinguir una diferencia significativa, sobre todo desde la segunda sílaba. Especulo a raíz de ese detalle que la transcripción más fiel de la línea original sería: “je produis la ‘unrueh’”, y de ahí vendría el título de la película. Aunque puede que me equivoque totalmente.

Pero cabe preguntarse: ¿por qué dedicar tanta energía a analizar el título? ¿De qué se trata la película, para empezar? La respuesta a la primera pregunta es que esa única palabra provocó mi curiosidad quizá tanto como la suma de todos los otros ingredientes de la obra, que se siente débil y plana. La respuesta a la segunda pregunta, un poco insinuada ya, es que “Unrueh” cubre parte del tiempo que Kropotkin vivió en una localidad de Suiza durante la segunda mitad del siglo XIX, conviviendo con los fabricantes de relojes —la industria dominante, cuya principal representante proletaria es la mencionada Josephine—, cartografiando la zona y siendo de manera general un sujeto tranquilo y agradable.

El problema de la sinopsis es hacernos creer que hay un protagonista, o quizá dos en el mejor de los casos, pero tanto Piotr como Josephine corrigen esa impresión, de forma bastante directa e incluso “meta” —como se dice con creciente frecuencia—, cuando aseguran a sus interlocutores: “yo no soy protagonista”. Por supuesto, la frase es fundamentalmente una expresión del sentimiento anarquista, y se puede argumentar que buena parte de las decisiones narrativas y formales del largometraje obedecen a la misma lógica: aparecen muchos personajes, algunos de los cuales se convierten en el foco de una o dos escenas extensas, sin ser nunca nombrados, y luego simplemente desaparecen; los objetos materiales, la labor compartida por grupos amplios y los escenarios reciben un elevado grado de atención, como si se les concediera igual importancia que a la gente; y la cámara se ubica en ocasiones a gran distancia de los actores, dejando que paredes, árboles y otros elementos en apariencia accesorios ocupen la mayor porción del cuadro. Cinematografía descentralizada.

Creo que “Unrueh” pretende suscitar también otros tipos de análisis: la maquinaria del reloj mecánico como metáfora de las sociedades o de los medios de producción; la artificialidad o arbitrariedad en la noción que tenemos del tiempo; las condiciones impuestas por el capitalismo a la formación de ciudadanía e incluso de identidad, etc. Pero todo esto se siente demasiado colaborativo, como si intentáramos compensar mediante una lectura a posteriori la ineficiencia emocional de la película. Comprendo la intención, reconozco las semillas de la exégesis que ha esparcido el director concienzudamente a lo largo de una hora y media; aún así, el hecho es que la experiencia fue aburrida y no mucho más que eso.

En parte se debe a la monotonía del guion y de las actuaciones, que según entiendo no son de profesionales. Podría argüirse que su estética no aspira al espectáculo, a entretener o impresionar, sino a replicar con autenticidad la vida cotidiana; pero en ese caso varios de los diálogos, expositivos, innaturales, constituyen una ofensa inaceptable. Podría contestarse de nuevo que lo importante es el mensaje; pero entonces corresponde reclamar un poco más de retórica. Considerando que vi la película predispuesto a dejarme seducir por el espíritu de la solidaridad, y que el significado esencial de su título es “agitación” o “alboroto”, no me basta con encontrarle algún mérito intelectual, ni puedo perdonarle mi indiferencia.

“Unrueh” está disponible en MUBI.

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