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De noche con el diablo

“De noche con el diablo” (2023): El show debe continuar

¿Hasta dónde es capaz de llegar la cultura del consumismo? ¿Cuál es el precio del éxito? Estas preguntas transformadas en debates morales dan origen a “De noche con el diablo” (2023), el último filme dirigido por los hermanos Cairnes y ganador a mejor guion en la edición pasada del festival Sitges.

Ahora bien, pongámonos en contexto: finales de los 70, es medianoche y un late show en decadencia está a punto de ser cancelado. La audiencia está aburrida y necesita algo que vuelva a conectarlos con el programa, que les genere intriga e interés. Por otro lado, los productores necesitan vender un gran -posible- último programa para levantar los niveles de audiencia y así asegurar la continuidad al aire. Estas cuestiones, que parecieran ser exclusivamente empresariales, se mezclan con la temática del late show: una edición especial de Halloween. ¿Hay algo mejor que hacer un exorcismo en vivo para mantener entretenido al público? ¿Estarían dispuestos a continuar con el show pase lo que pase? Puede que ésta sea la última oportunidad ¿Arriesgarlo todo o intentar un nuevo formato?

David Dastmalchian interpreta al anfitrión del programa: Jack Delroy, un hombre devastado por la muerte de su esposa que busca consuelo en la aceptación televisiva y que carga con un pasado que amenaza con salir a la luz. Un hombre dispuesto a cualquier cosa para salvar el show y, así mismo.

El programa sigue la estructura de un late night tradicional: con un tono cómico e irónico, Jack interactúa con sus invitados, estructurando el show/película a partir de las entrevistas y monólogos, entrelazando el contenido con una atmósfera de tensión creciente.

En primer lugar, se presenta a Christou (Fayssal Bazzi) en el rol de psíquico. Aunque queremos creer en su habilidad de contactar con el más allá, mantenemos cierta desconfianza. Christou será interpelado por el “caza fantasmas” (Ian Bliss), un ilusionista escéptico que cree que todo es una estafa y que detrás de los acontecimientos hay una explicación racional. En el transcurso del programa seremos testigos de cómo él desestima la veracidad del show, subestimando los hechos que ocurren en el set. Finalmente, la destacada de la noche: Lilly (Ingrid Torelli), una niña supuestamente poseída. Su sola presencia altera al público y a los invitados en el set. Con todos los personajes en escena, el show puede comenzar.

Empecemos con el contacto: las luces se atenúan, esposan a Lilly a una silla. June (Laura Gordon), la parapsicóloga que la acompaña, le habla suavemente: “Estamos en confianza, nada malo puede pasar”. La intriga empieza a sentirse en el ambiente; quizás es un poco incómodo. La dulce voz de la niña se transforma, ya no es una niña. Se dirige a cámara y al público presente con movimientos bruscos. La silla que la mantiene inmóvil se eleva por los aires. Todos lo vimos, estamos seguros.

Las miradas a cámara, los movimientos de Lilly, la desesperación enmascarada con risas: sabemos que algo está saliendo mal. Lo estamos percibiendo, pero decidimos continuar viendo. La intriga se convierte en terror. El más escéptico quiere convencerse a toda costa de que lo que sucedió no es cierto, pero no lo logra.

El demonio empieza a manipular las mentes de todos, recopilando y alterando imágenes del pasado y del presente. Estas alucinaciones se muestran en pantalla con cautivadores efectos prácticos y el uso, algo polémico, de la inteligencia artificial. El resultado son planos impactantes y altamente estéticos que se entrelazan en un gran montaje, donde nunca estamos seguros de si lo que vemos es real o producto de la imaginación.

La película se propone ser un found footage (metraje encontrado o material descubierto), poniéndonos en el lugar de la audiencia ficticio-real que demanda consumo y novedad, siendo una nueva versión de “Ghostwatch” de 1992. Audazmente, la cinta se dirige a nosotros, haciéndonos cómplices de lo que está sucediendo en el set, estrechando la distancia entre los sucesos ficticios y la audiencia real. Pero tenemos una ventaja: no solo vemos lo que sale al aire, sino también el detrás de escena, dando lugar a dos líneas narrativas entrelazadas. Esto se enfatiza con los recursos visuales: cuando estamos al aire, la imagen se torna a color; mientras que, entre las pausas, el blanco y negro se adueña de la pantalla, casi como si estuviéramos espiando por detrás de las cortinas. De esta forma, el set de filmación, la única locación de la película, es explotado al máximo.

El cambio de cámara es constante, las escenas aparecen y desaparecen tras unos pocos minutos al aire. Los espectadores necesitan el movimiento para centrar su atención en varias cosas al mismo tiempo. La tensión que se vive en el set traspasa la pantalla y nos envuelve. Sabemos que hay algo que está mal, pero no sabemos qué es con certeza.

El formato aporta mucho a la cinta, revelando sus verdaderas intenciones: mostrarnos hasta dónde somos capaces de llegar para generar novedad en un mundo donde prevalece la obsolescencia. Es irónico; nosotros, como espectadores, somos parte inseparable del film, como si fuéramos un personaje más. La película es por y para nosotros. No nos queda más que disfrutar de esta bella ironía.

Delroy sacrificó su alma por la audiencia, pero terminó siendo un peón más de un ritual extremadamente ambicioso, involucrando a los espectadores. Logró ser el número uno a costa de que el mal se propague a todos los hogares.

“De noche con el diablo” (2023) de Colin y Cameron Cairnes, disponible en salas de cine desde el 18 de julio.

¡Revisa el tráiler de “De noche con el diablo”!

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