“La Ciénaga” (2001): El peso de la historia
“La Ciénaga” (2001), dirigida por Lucrecia Martel, es un relato de autoridad. O de desautorizar, mejor dicho. No hay una sola conversación en los 103 minutos de duración que sea bidireccional. Los personajes se ignoran y se interrumpen, apenas se escuchan los unos a otros; cuerpos y voces se apilan y superponen con base en jerarquías condenatorias y el traspaso inadvertido de sus aflicciones. Podría argumentarse que la ópera prima de Lucrecia Martel constituye una especie de reconstrucción cinematográfica de Macondo, una ciudad inventada y maldita que ha adquirido un carácter cuasi-mitológico dada su articulación de esta familia en decadencia, sintomática de un paradigma en crisis.
Este ejercicio de desautorización se produce en distintas capas. En primer lugar, en la manera que se opone vehementemente al uso de la estructura narrativa clásica y con ello, desafía las expectativas del espectador. En pocas palabras, “La Ciénaga” explora la disfuncionalidad de una familia de clase media argentina. Pero, evidentemente, es mucho más que eso. La directora salteña marcó un antes y después en el cine argentino con el desarrollo de una propuesta sonora insubordinada, que no existe a disposición de la imagen sino de una experiencia inmersiva y, en este caso, soporífera, opresiva. Esta propuesta estética es utilizada para orquestar sensorialmente un relato evidentemente cíclico, ergo, inescapable.
La contestación de convenciones narrativas genera una confusión perpetua. Ya sea prescindiendo de planos de establecimiento o desafiando directamente el principio dramático del Arma de Chejov, en el cual todo elemento debe ser indispensable para el argumento y por ello toda arma debe ser disparada, Martel utiliza los rifles no a favor de la progresión dramática sino para la construcción de una idiosincrasia específica y hereditaria: los niños cazan en el bosque, conducta que el pequeño Luchín replica con su pistola de juguete. Hacia el final de la película, la muerte toma forma en la caída del chico.
Corresponde a la materialización de una condena: no es una bala, sino la negligencia la que lo mata; no es la pistola sino la idea de la pistola, la réplica, el ciclo. Sus hermanas incluso lo predicen: “Muerto, Luchín, muerto, muerto”. Lo que acecha y oprime no es una violencia concreta, sino un daño histórico, los hijos siendo meros ecos de las generaciones que los anteceden.
Quizás la manifestación más clara del carácter cíclico de la película ocurre en sus matrilíneas. En la lógica marteliana, una madre deprimida existe en la medida que hay una hija que eventualmente tomará su lugar. Las niñas se vuelven madres antes de ser madres, se hacen cargo de todo, desde la caída de Mecha al inicio, al corte de Luchín, al cuidado de un José borracho y malherido. Así, en las fracturas crónicas producidas por la proximidad, se nos presenta la familia nuclear como una estructura en crisis.
Si bien Tali tiene una noción sobre el detrimento de su familia, no es suficiente para romper los ciclos. Y es que los personajes están batallando contra el peso de la historia en la medida que lo perpetúan: los roles de género, el clasismo, el racismo, el egoísmo. “Las historias se repiten” dice Tali, y por ello la experiencia de visionado es extenuante. Extenuante como odiar a tu mamá y sentirte cada día más parecida a ella; extenuante como albergarse en la posibilidad de avistar a la Virgen, aquella mujer perfecta que podría ofrecer una respuesta, pero jamás se aparece; extenuante como acabar donde empezó todo: sentada en las sillas oxidadas, junto a una pileta podrida, sumidas en un ocio apesadumbrado mientras el entorno termina por devorarlo todo.
El fatalismo de Lucrecia Martel se sostiene en una sensorialidad visceral, utilizando estos linajes malditos como símbolo de un modelo en colapso, que implosiona quién sabe hasta qué punto. La riqueza visual y (particularmente) auditiva posiciona al espectador en medio del caos contenido, acusándolo de ser no solo testigo, sino también partícipe de una estructura claramente inviable, un uróboro escondido en las profundidades del interior argentino.
“La Ciénaga” está disponible en MUBI y Prime Video.