“Los delincuentes” (2023): Solo vivimos para trabajar
¿Dónde está la libertad? Cae el Sol y por las pequeñas ventanas al costado de un banco se cuelan los delicados rayos amarillentos que tiñen el atardecer. Los rayos rebotan en los blancos cubículos, vacíos de personas, pero repletos de papelería, tan insignificante y llena de significado al mismo tiempo por los símbolos que en ella hay escritos. De esta manera, el director Rodrigo Moreno introduce “Los delincuentes” (2023), su película más reciente, la cual pasó por cines chilenos y desde este 15 de diciembre se encuentra disponible de forma online en MUBI.
Por uno de los costados logramos divisar las escaleras hacia el subterráneo, las sombras de los escalones revelan el volumen de una habitación vacía tanto de personas como de objetos, los últimos y más débiles rayos poco logran mostrar los detalles de las paredes y el piso del subsuelo, patrones rígidos que separan losas grises con cuyo tenue brillo, alcanzamos a distinguir los bordes macizos de la impenetrable bóveda bancaria, no sin antes percatarnos de la carcelaria reja tras la que se encuentra y una despersonalizada figura humana que se para inexpresiva frente a ella.
Junto a la gris imagen que se presenta, un aún más plano ambiente sonoriza las habitaciones, la densidad de las paredes impide el paso de cualquier ser vivo o inerte, incluido el aire, la falta de resonancia genera una atmósfera de insoportable vacío. Una no-atmósfera en la que se extraña la presencia del grillo o el ruido blanco de cualquier cosa en el fondo.
Lo único que alcanzamos a distinguir entre tan abrumador silencio es el digital sonido de unos dedos tecleando números en el seguro de la bóveda. El absurdamente sencillo código con que se abre la gruesa puerta revela la paradójica simplicidad y banalidad de la estructura bancaria, la presencia de estrechos pasillos, escaleras, mesas, sillas, ventanillas y subsuelos en comparación con la figura humana, esclarecen a su vez la relación entre este espacio y muchos otros, propios de la urbanidad más industrial y robótica. La repugnante simetría de los barrotes de acero que se repite infinita en cada escenario de la modernidad consumida por el capital que hace posible el flujo que consideramos vital e indispensable.
Luego de tomar una enorme suma de dinero descaradamente frente a las cámaras de seguridad del lugar, Morán (Daniel Elías) entrega el dinero a su colega Román (Esteban Bigliardi) para posteriormente entregarse a sí mismo a la policía confesando el robo. Cansado de la estrechez de la ciudad, cambia 25 años de barrotes de la bóveda por 3 años de barrotes de prisión y una vida de libertad como recompensa.
Ya encarcelado se encuentra con un mundo de sensaciones mucho más violentas y a flor de piel, pero con el mismo encierro que le incitó a cometer aquel crimen. Las diferencias entre trabajar tras la ventanilla del banco y dormir en las sombras de la celda se desdibujan, mientras el personaje aprende a vivir una existencia emancipada de la productividad esclavizante.
Del otro lado del filme, como una sombra proyectada sobre una pared aparece la sierra cordobesa encandilante, con la grandilocuencia de sus colores y ensordecedora con la viveza de sus sonidos. La naturaleza puesta en cámara sin tapujos. La iluminación natural y el diseño sonoro resultan tan próximos y táctiles que abruman en comparación con la artificialidad sensorial del ambiente urbano que se establece al principio.
No dejo nunca de pensar en que el verdadero robo de esta película está en la serie de rupturas que genera en cada cambio de escena, cada corte es un hurto a las expectativas previamente sembradas, incluso desde la sinopsis. Una película de atracos sin atraco, la premisa de “Apenas un delincuente” (1949) pero con el protagonista dividido en dos personajes que, en soledad, a duras penas robarían un chicle con éxito. La geométricamente asfixiante atmósfera de un banco capitalino y la irrupción del refrescante verde de los árboles de la sierra cordobesa, la infinitud de los campos y los riachuelos en donde la humanidad pasa del insignificante encierro a la inabarcable flexibilidad.
La película plantea su primera tesis: “Solo vivimos para trabajar” tan pronto como empieza, para inmediatamente dedicarse a deconstruirla, analizarla y resignificarla por todo lo que resta de metraje; si consideramos aquella tesis como el status quo, entonces la trama de “Los delincuentes” busca ser su ruptura.
La ruptura representada desde los códigos más básicos del filme. La ruptura radical que implica pasar del código del corte al código del plano es abandonar la prisa por la paciencia. Pasar de la eficiencia cinematográfica propia del artificio efectista a la devoción contemplativa natural de la mirada. Una mirada culturalmente encerrada por la disposición de las imágenes y nuestra desarrollada disposición hacia esas imágenes.
De este lado del mundo la mirada está escondida, quizás la tengan en algún lugar que tendremos que alcanzar, nosotros como espectadores, con la disciplina propia del votante informado en un estado plagado de propaganda de la desinformación. Moreno, que este año ganó el premio a la mejor dirección del Festival Internacional de Cine de Viña del Mar, construye a la perfección el contexto alrededor del cual se originan las motivaciones de sus protagonistas. Al dividir el filme en dos mitades muy disonantes rítmicamente nos invita a desenterrar los misterios que resuenan detrás de sus personajes y desvelar las miradas escondidas en las sombras y reflejos de cada plano.
Contrario a las ideas occidentales, la verdad no está en la luz. Así como los rayos de sol que se cuelan por los barrotes de la prisión de nuestro edificio nos guían solo hasta el reflejo de la ventana de un edificio más alto; la disposición a la ruptura no está en los rayos, sino tras los barrotes que les cubren. No creo que nunca la hayan pasado tan mal nuestros ojos como cuando miraron directamente al sol, cuando respiramos el aire fresco bajo un árbol estamos plenamente conviviendo con la verdad, ahí se encuentra la libertad de la mirada, no en el sol imposible de aguantar, sino en la sombra que encontramos reposando tras los árboles.
La libertad de la mirada, más allá de la finalidad funcional y productiva, está presente en la capacidad humana de sentarse a contemplar el espacio por el simple placer de hacerlo.
“Los delincuentes” (2023) de Rodrigo Moreno es la cinta que representa a Argentina para los Premios Oscar en la categoría a Mejor Película Extranjera y está disponible en MUBI desde el 15 de diciembre.