“Muertes y maravillas” (2023): La poesía cotidiana

“Muertes y maravillas” es una película chilena dirigida por Diego Soto, siendo el segundo largometraje de la carrera del realizador oriundo de la sexta región. La película fue filmada íntegramente en Rancagua, ciudad natal de Soto, y apostó por la participación de actores no profesionales en su elenco principal. La producción estuvo a cargo del mismo Soto, Manuel Vlastelica y Florencia Dupont.

La cinta resultó ser elegida como la Mejor Película de la Competencia de Largometrajes de la 5º edición del Festival de Cine Nacional de Ñuble, lo que a mi criterio es un merecido reconocimiento para una propuesta que se caracteriza por su honestidad. Con alta sensibilidad y acercamiento a la vida juvenil, Soto explora el concepto de la muerte a través de la poesía literaria, de las vivencias diarias y también de lo onírico.

La historia de “Muertes y maravillas” se ambienta en un verano en la localidad de Rancagua, siguiendo a un grupo de jóvenes que terminaron recientemente la educación media. Sin embargo, el grupo no está completo, uno de los jóvenes es Fuenza, quien se encuentra enfermo y en cama debido a su delicado estado de salud.

Uno de los pasajes iniciales de la película es una visita a la casa de Fuenza, donde el personaje principal, Juan Pablo, se interesa por un libro que estaba leyendo su amigo enfermo: “Muertes y maravillas”, de Jorge Tellier.

La película avanza y nosotros podemos ver al grupo disfrutar de las cotidianidades de la juventud: tomar unas cervezas en un spot al aire libre, fumar marihuana entre amistades, escuchar música e incluso, incursionar en conversaciones más profundas.

Somos testigos de sus sensibilidades, de sus gustos, la manera en que se comportan y lo que incluso desearían ser, sobre todo en el caso del personaje principal, Juan Pablo. Este desarrolla una especie de pasión inocente por la poesía a raíz de la lectura del libro de Tellier, incursionando en la escritura tras el repentino fallecimiento de Fuenza, quien ya se encontraba muy acomplejado por su situación médica.

 

 

La capacidad de Soto por encapsular la sencillez de sus personajes, de equiparar lo auténtico y lo ficticio, hace que esta película sea especial para quienes valoramos ese acercamiento del cine con lo cotidiano. En Chillán me enteré que esta película tuvo un equipo reducido de personas en su producción, muchos haciendo tareas multifacéticas y trabajando sin un guion, sino con una idea conceptual de lo que deseaban.

Es natural poder conectar con la película, quizás en mi caso siendo joven y teniendo amigos similares a los que ví en “Muertes y maravillas”, se logró más fácil esta conexión. Es un trabajo poético, que busca existir entre las megaproducciones y resulta honesta, ya que no pretende ser más de lo que es.

Puede servir como una motivación para que nuevas voces que no se atreven a hacer películas puedan creer que hay chances, están ahí y existen ejemplos que pueden demostrarlo. Sus realizadores consiguieron crear este largometraje con personas que no son profesionales de la actuación, esa naturalidad permite una familiarización mucho más efectiva con el ambiente que plantea.

Su historia no resulta ser algo alocado, tampoco complejo, pero está cargada de un peso emocional que te hace seguir ese hilo conductual hasta donde quiera llevarte, paseando por las hojas de los sauces que lloran la partida de uno de los suyos.

No es una película perfecta, porque tampoco busca serlo, las imperfecciones son parte de la realidad, y resulta ser un aire fresco dentro de las ficciones nacionales. Con paneos largos que recuerdan al neorrealismo italiano clásico, “Muertes y maravillas” va entre horizontes a demostrar que otro cine es posible.

¡Revisa el trailer de “Muertes y maravillas”!