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| 21/09/2024 | Actualizado 7:58 pm
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“Miss Marx” (2020): Más necesidad de respeto que de punk

El pasado martes 23 de marzo comenzó la 11ª edición del Festival Cine de Mujeres (FEMCINE), un evento fundamental en el panorama nacional que, a pesar de la pandemia, pudo continuar contribuyendo a la exhibición de cine hecho por mujeres en el mundo por medio de múltiples funciones gratuitas y diversos conversatorios virtuales. El largometraje encargado de inaugurar la presente versión fue “Miss Marx” (Susanna Nicchiarelli, 2020), película biográfica enfocada en la vida de Eleanor (Romola Garai), la hija menor de Karl Marx (Philip Gröning). Cuando la historia inicia, lo primero que vemos es una detallada secuencia de créditos iniciales que destaca la labor de quienes se encargaron de convertir este mito en una realidad: los trabajadores y trabajadoras de lo audiovisual. Todo esto musicalizado por una potente balada punk. Considerando los evidentes ideales socialistas impulsados por la familia Marx, comenzar el relato de esta manera resulta un gesto tan honesto como orgánico a su historia. Sin embargo, la impronta punk que desde el primer minuto musicaliza el largometraje con el fin de resaltar la rebeldía y pasión que caracteriza a la protagonista, termina resultando ser un mero agregado estético que, lamentablemente, vaticina un acercamiento superficial a una vida repleta de matices.

Narrativamente hablando, la historia comienza en 1833 con el funeral del autor de “Das Kapital” (1867); la muerte de un padre y lo que le lega su hija. Resulta difícil abordar la historia de Eleanor sin hablar de Karl y Susanna Nicchiarelli —quien escribe y dirige el largometraje— lo sabe. Comenzar el relato con el deceso del teórico alemán se presenta como un acto simbólico que ayuda a definirlo como una especie de fuerza espectral que, a pesar de algunas apariciones fantasmales vía flashbacks, permanece ausente del relato pero presente por medio de las acciones, ideales y luchas de su hija. Más que un nombre, Marx es un símbolo. Y si bien dicho símbolo suele estar asociado a Karl, en este caso busca remitir a Eleanor, una mujer que lucha por los derechos de los trabajadores y las mujeres, y contra el trabajo infantil. Para captar la atención de aquel espectador desclasado que podría verse poco familiarizado con conceptos como “marxismo” o “lucha de clases”, Nicchiarelli emplea una serie de secuencias en donde la protagonista rompe la cuarta pared citando diversos textos de su padre, como si el ícono hablara por medio de ella. Lamentablemente, gran parte de la historia se enfoca en retratar los discursos de Eleanor de manera superficial, evitando ahondar en el mundo interior de la señorita Marx.

Dentro de las fortalezas de esta película, se nota a leguas el intento de alejarse de estructuras convencionales asociadas a las películas biográficas “de época”. En ningún momento la vida y obra de Eleanor es presentada como una especie de checklist a “El viaje del héroe” (1990) de Joseph Campbell, que ha surgido como patrón a seguir para este tipo de representaciones audiovisuales estos últimos años. Por el contrario, la historia de Eleanor es narrada de manera discontinua desplegando un sin número de recursos cinematográficos contemporáneos, entre los que se destacan la integración de material de archivo fotográfico de la época por medio de rápidos montajes, movimientos de cámara atípicos para producciones del género, y la ya mencionada subversión anacrónica que genera la inclusión de música punk en pleno siglo XIX. La historia de “Miss Marx” —y como es contada— es un riesgo por donde se mire, pero pareciera ser que el enfoque de Nicchiarelli prioriza el despliegue de artificios visuales ante la promesa de una detallada biografía. Es como si en lugar de construir una protagonista, buscara levantar un símbolo basándose en el ícono mismo que resulta su padre. De esta manera, un relato que debería estar inserto en la cultura popular con suerte califica como algo pop, pero pareciera ser que este siempre iba a ser el caso.

En una secuencia del largometraje, un grupo de niños y niñas observan una proyección. Un personaje se espanta ante una figura diabólica que arremete su cotidiano. Los espectadores también. La cabeza del diablo cae a una carretilla, generando un quiebre. Los espectadores también se quiebran, pero de la risa. El relato exhibido rompe con la verosimilitud presentada por el propio mundo exhibido, generando el júbilo en quienes lo observaron. Es absurdo. Es colectivo. Es arte. Tanto en aquel relato interior como en “Miss Marx” en sí, el acto de ficcionalizar una historia cotidiana se presenta como un proceso de ensayo y error que cataliza reacciones en el público espectante y expectante. Obviamente, resulta fundamental la construcción de un largometraje que desligue —dentro de lo posible— a Eleanor de su padre, destacándola por sus propios dichos y acciones, pero ¿qué hacer cuando las decisiones autorales del cineasta de turno se anteponen a la visibilización de un personaje histórico? Si el medio es el mensaje, me pregunto ¿qué buscaba visibilizar Nicchiarelli? ¿La vida de una mujer luchadora, la transversalidad del legado de su padre o, simplemente, una serie de artificios pop en una historia que probablemente no los necesitaba? En el climax de la historia, la banda sonora extradiegética pareciera integrarse en la realidad de Eleanor Marx por medio de una secuencia de baile que busca presentarse como un punto de inflexión catártico en la vida de la protagonista, pero termina siendo otra razón más para demostrar que el personaje tiene más necesidad de respeto que de punk.

 

 

La programación del 11° FEMCINE estará disponible de manera online y gratuita hasta el domingo 28 de marzo. Puedes acceder a ella por acá. Para mayor información, visita el sitio web del festival.

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