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“Tony Manero”: Cómo sobrevivir en el mundo del yo bajo una dictadura

De no ser Alejandro Magno, yo habría deseado ser Diógenes, he quedado para la posteridad.

Y no es sorpresa que el personaje principal de “Tony Manero” (Pablo Larraín, 2008) sea el reflejo de la llegada de la industria hollywoodense a Chile, como parche para apaciguar las caras de la represión, la violencia y las muertes por manos del tirano y sus subordinados. Tampoco lo es mostrarnos el típico personaje de la dictadura que está sentado en la butaca mirando cómo se violan los derechos humanos.

Tony Manero es un desgraciado y patético asesino en serie que tiene una doble vida. Está su mundo real marginado, donde vive cerca de un puente que está lleno de basura, mirando los cadáveres que son dejados entre los escombros y él espera sigilosamente para poder chupar de la teta del comunista y del fascista, sus pocas riquezas; él no tiene preferencias, su yo está por encima de sus ideologías. Él sabe que recibe las migajas que expulsa la enorme maquinaria socioeconómica de un país. Por eso la creación del segundo mundo es vital para él.

Intenta convertirse en un superhombre, donde su discurso son diálogos textuales en inglés de la película “Saturday Night Fever” (John Badham, 1977), y lo hace con el objetivo de ser visto como alguien culto e importante; el narcisismo ataca febrilmente a este sujeto desgraciado. Es tal la convicción, que se atreve a mostrar lo que memorizó, citando cada palabra, mal pronunciada por lo demás, arriba del escenario en un restaurante de barrio, frente a personas que probablemente la mayoría son analfabetas. Es un personaje brutal y que humilla su propia clase social y a pesar de sus esfuerzos por surgir e intentar salir de la cueva, su realidad es más superior que su ego. ¿Hasta dónde llegan las obsesiones bajo la lupa de otro chupasangre?

Y es que existe en esta historia, el sacrificio de la hombría para alcanzar el objetivo, como Lady Macbeth del escritor William Shakespeare, que les imploró a los dioses que la despojen de su sexualidad y que su cuerpo sea tan fuerte como el de los hombres. Ambos personajes tienen en su motor principal la crueldad y la obsesión. Existe la renuncia del sexo de ambos, la menstruación que se estanque para siempre en ella, la juventud que sea por siempre en él. La figura de jugar a ser Dios, y la simbología de los deseos ocultos, para que ella pueda satisfacer a su esposo, para que Tony pueda satisfacerse a sí mismo, porque son personajes masturbatorios en un contexto devastador. Y sobre todo, porque este anhelo enfermizo jamás va a ser suficiente.

La inteligencia de Tony, así como su personalidad narcisista, propicia más que cualquier otra cosa una forzosa creatividad, convirtiendo una pelota llena de barro en una bola disco y aunque esté rodeado de personajes que están al servicio de él y le propongan nuevas formas de realizar el show, su conducta antisocial y su obsesión constante en imitar durante cada segundo de la película, lo hace desaparecer como un ser humano con identidad.

La primera víctima de este asesino serial sin duda fue él mismo; cruelmente aniquila a Raúl Peralta, para convertirse en el famoso Tony Manero, “males necesarios”, pero este antihéroe es patético, y a diferencia de la comicidad en el espectáculo, este sujeto no causa risa, más bien vergüenza ajena. El personaje carga en su espalda el padecimiento de su origen, coartando su libertad moral y vive en resistencia todos los días, para poder dejar de sostener aquella vida ingrata que le tocó. Y es por eso, que este desarrollo de personaje, exquisitamente vulgar, pretende representar su pasión, viendo su goce, pero también cavando el hoyo de su propia tumba.

Él jamás será quien desea ser y esa es una tragedia que muchos otros mortales la padecen.

 

 

“Tony Manero” (Pablo Larraín, 2008) es parte del homenaje a Alfredo Castro en el 18° Santiago Festival Internacional de Cine (SANFIC).

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