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Me acuerdo del Cine Plaza

En sus memorias tituladas “Me acuerdo”, el escritor norteamericano Joe Brainard empieza cada oración con esa frase. “Me acuerdo de cuando los pizarrones verdes eran nuevos” y “Me acuerdo de fantasear con morir y con lo triste que estaría todo el mundo”, cuenta. En otros pasajes recuerda “los apretones de manos con manos muy grandes” y “Corea”, la guerra.

El libro es un experimento; una colección de viñetas sin orden cronológico, muchas de ellas de unas cuantas líneas, sobre olores, impresiones, detalles, caras, modas, lugares, encuentros, y objetos de la infancia y juventud de Brainard en el Nueva York de los cincuentas y sesentas. “…No recuerdo la película. Primero sentí una rodilla pegada a la mía. Luego había una mano en mi entrepierna. Luego una mano en mis pantalones. Dentro de mi ropa interior”, dice Brainard sobre uno de sus encuentros sexuales en el cine del MoMa.

Sus recuerdos también hablan del cine y los cines, de frecuentar teatros de la Gran Manzana en un tiempo antes de blockbusters y las multisalas, de las películas en 3D con lentes de papel celofán y de cuánto lloró con el musical South Pacific de Joshua Logan.

Me acuerdo de mi primera vez en el cine, la película era “Jurassic Park”. Cuando llegaron mis papás a buscarme a la escuela, ya estaba oscuro y me traían de regalo un Icarito. Me acuerdo que el Cine Plaza me pareció elegante.

Me acuerdo de ver ahí el reestreno de “El Exorcista”, en 1999 con mis compañeros de curso. Era todo un evento porque era mi primera salida de noche sin mis papás. Sentí un poco de miedo cuando Regan baja la escalera en la escena que todos conocen. Me acuerdo de que poco tiempo después mi papá me fue a buscar al cine en plena función de “Gladiador”, creyendo que me había perdido. Llegó a la sala del Cine Star gritando mi nombre. Me dio mucha vergüenza, así que le dije que se sentara a ver la película, pero no quiso.

Cine plaza

Hall de entrada al Cine Plaza de Talca. Fotografía: El Amaule.

Las memorias de Brainard son simples y francas, sin maquillaje. Quizás por eso me vi reflejado en sus andanzas, por muy diferentes que fueran a mis salidas inocentes al cine en el Talca de fines de los noventas y principios de los dos mil, cuando la juventud empezaba a jugar cartas Pókemon, escuchar Nu Metal y bailar Axé. Cuando aún nadie había dicho que los completos talquinos eran «mojados».

A principios de los dos mil, los únicos lugares en Talca para ver películas eran el Cine Plaza, un teatro de los años cuarenta ubicado frente a la Plaza de Armas, en una de las galerías más bonitas de la ciudad, y el Cine Star, una cadena que recién abría.

Era un pequeño multisalas con olor a encierro, que pocos años antes había sido el Cine Astor, un cine pxrno que los fines de semana pasaba cintas familiares. Recuerdo que mi mamá se ganaba entradas dobles en la Radio Paloma, para las películas triple x. Yo asumía que mis papás no iban o las regalaban.

En el Cine Astor vi “El Rey León”, quizás algunos años después de su estreno oficial, en una función organizada por algún colegio para recaudar fondos para su gira de estudios. Ahí también vi “La Terminal”, un domingo en la tarde, ya en cuarto medio, con un primo varios años más grande y otros amigos.

La terminamos viendo porque queríamos entrar a “Bob Esponja, la película”, pero nos equivocamos de horario. De todas formas no nos molestó que fuera una comedia romántica. A todos nos gustaba Catherine Zeta-Jones y nos hacía gracia ver a Tom Hanks afeitándose y robando comida en un aeropuerto, quizás porque ninguno de nosotros había estado en uno.

Me acuerdo de la tarde del 2 de enero de 2002 cuando se estrenó “La Comunidad del Anillo”. Pensé que el cine estaría lleno, pero en realidad habían unas 30 personas a lo más, casi todos jugadores de rol y cartas Magic que ubicaba de vista.

Me acuerdo que aplaudieron cuando Aragorn decapita al orco Lurtz. Yo había leído en internet que el público estadounidense hacía eso.

Me acuerdo de que al salir del cine les dije a mis amigos que la película no me había gustado tanto.

Me acuerdo de que al año siguiente, para el estreno de “Las dos torres”, la sala estaba llena.

Me acuerdo de que para 2003, el último año de la trilogía, en Talca ya existía un cine de mall. Ahí vi “El Retorno del Rey”. El centro comercial, un edificio extraño, con forma de barco, quedaba al otro lado de la ciudad, así que nos demoramos dos horas caminando de vuelta a la casa con mis amigos.

Me acuerdo del Cine Plaza

“El Señor de los Anillos: El Retorno del Rey” (2003), dirigida por Peter Jackson. Fotografía: Next Best Picture.

Me acuerdo de la llegada del Cine Mundo

La apertura del Cine Mundo del mall marcó la caída los otros dos cines. Como estaba lejos de casi todo, incluso se había puesto una micro especial que llevaba gratis a la gente al centro comercial. Con una oferta más variada y con mejores instalaciones, la cadena dejó al Cine Star sin público y relegó al Cine Plaza a pasar funciones de clásicos de los ramos de filosofía y lenguaje, como Perros de la calle, “Amélie”, “El efecto mariposa”, y “Trainspotting”, que no llevaban mucha gente.

Al menos en las salas del Cine Mundo comencé a ver cine chileno, un hábito que había empezado casi como un chiste con una copia en VCR de El Chacotero Sentimental. Pero no fue hasta el boom de “Machuca” en 2004, que incluso obligué a mis papás a que la fueran a ver, que empecé a tomarlo en serio.

Me acuerdo de que convencí a unos compañeros para ir a ver “Cachimba al Cine Mundo”, influenciado por el éxito de la película de Andrés Wood.

Me acuerdo que después de la función nos pasamos a otra sala a ver la primera de “Las Crónicas de Riddick”, con Vin Diesel. Era tan mala que nos fuimos a la media hora.

Por supuesto que hay más historias y detalles que se me escapan. El ejercicio de recordar no trae de vuelta todo lo que uno quisiera, ni de la manera en que uno quisiera. Pienso que quizás darse el tiempo de escribir sobre la memoria propia es como hablar con un amigo que recuerda cosas que uno olvidó.

Aun así, a veces sólo llegan retazos vagos: El poster de la película “Final Fantasy: La Fuerza Interior” en la marquesina del Cine Plaza (¿o nunca existió y sólo vi el comercial en la tele?), las tortillas con jamón y queso del San Pablo que me compraba mi mamá para comer en la película, el olor del cuero gastado de los asientos del Cine Plaza, la anticipación de caminar por la uno sur en dirección a la plaza.

Recuerdo la carta holográfica de Mew que nos dieron a mí y a mis amigos al final de Pokemon, la película 2000, que estaba escrita con jeroglíficos y no servía para nada. Escaparnos de clase para ver “El ataque de los clones” y “La era de hielo”.

Joe Brainard vivió apenas 53 años. Era homosexual en un tiempo cuando era ilegal, pero su manera de narrar le quita cualquier dramatismo a la situación. Su nostalgia es dulce, precisamente porque no escribe de más. Le da espacio a sus recuerdos. Pienso que la mía es tímida, como la de un niño que creció en un pueblo chico, pero que a la vez quiere hacer de la memoria más de lo que es, un acto de reafirmación.

Joe Brainard, Me acuerdo del Cine Plaza

Retrato del escritor Joe Brainard. Fotografía: Wikipedia.

Es fácil que eso se salga de las manos. Es fácil pensar en mis idas al cine como una educación fílmica o como la formación de un gusto. Pero la verdad es que son pequeñas anécdotas y poco más que eso. Ni mis papás, ni mis amigos, ni yo nos hubiésemos atrevido a llamarnos cinéfilos. Probablemente en ese tiempo ni siquiera hubiese sabido lo que significaba.

Veíamos lo que había y lo que nos llamaba la atención. Vimos “El hombre sin sombra” (y con ella mi primer desnudo en la pantalla grande) porque había un comercial que daban a cada rato en la tele. Vimos “Spider-man” porque no podíamos no verla.

En 1994 yo tenía siete años y empezaba a ir al cine, mientras Brainard moría de una neumonía provocada por el sida en Nueva York. ¿Habremos coincidido en alguna película, aunque sea a la distancia? ¿Lo habrá buscado su papá en una sala de cine? Lo que es seguro es que no alcanzó a ver “Power Rangers: la película” y “Godzilla”, la de 1998, ni muchas otras que vinieron y que se quedaron grabadas en mi infancia.

Brainard probablemente nunca supo de Talca y del auge y caída de sus cines, ni de las tortillas del San Pablo, ni del barrio rojo de la Sota, ni de la Villa La Florida ni de la Galilea. Tampoco supo del DVD, el iPhone ni de NetflixNo sé si se perdió de mucho.

En 2012, casi 20 años después de ir por primera vez al cine, y con Brainard ya muerto hace tiempo, volví al Plaza. Lo habían reabierto para mostrar uno que otro estreno. Esa vez estaban dando “El artista”, y pensé que sumaría a la experiencia ver una película silente en un cine antiguo. No recuerdo cómo me sentí. Sólo me acuerdo que los asientos seguían viejos y gastados, y que el telón tenía una gran mancha amarilla. El cine, por supuesto era mucho más chico y humilde de lo que recordaba. Esa fue mi última vez en ese lugar.

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