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Bardo (2022): Falsa verdad en unas cuántas crónicas.

La pantalla se enciende, la película se reproduce y la cámara apunta al piso observando fijamente una sombra solitaria en medio del desierto. Considerando la posición del Sol, intuímos que la sombra proyectada es nuestra. Estamos en la cabeza de Silverio. Él corre y nosotros corremos. Él salta y nosotros saltamos. Él vuela, se pierde en las alturas y nosotros vemos la siguiente escena.

En su entrevista con el canal de youtube “Fuera de Foco”, el director Alejandro González Iñárritu dice: “No me interesa la realidad ni la verdad, porque no la poseo… es utilizar el recurso de la ficción para poder arañar la realidad… es honestidad más que verdad”.

Esta honestidad que menciona es la protagonista de su última película. En “BARDO: Falsa crónica de unas cuántas verdades” (2022), Silverio Gama (Daniel Giménez Cacho) es un periodista y documentalista mexicano radicado en Estados Unidos que, pronto a recibir un premio a la trayectoria profesional, vive un momento de reflexión y crisis estando de visita en su México natal.

Dando un repaso por la biografía del director, notamos la naturaleza retrospectiva de la historia que nos cuenta aquí. De su padre, Héctor González Gama, toma el nombre del personaje, de su propia juventud toma el trasfondo de éste; durante una discusión con su hijo, Silverio menciona: “…a tu edad, yo trabajaba en un barco pesquero, viajaba por el mundo.”

A sus 16 años, Alejandro comienza a trabajar en un carguero que atraviesa el Atlántico, así tiene sus primeras aventuras en África y Europa. Estos viajes los revivirá en la solitaria odisea de Hugh Glass en The Revenant (2015), así también conoce los lugares en dónde se moverán los personajes de Babel (2006).

Desde las primeras escenas, el guion ya hace presente la cualidad semi-autobiográfica del relato, así como el punto de vista desde el que se narra. De este modo, Iñárritu hace un compilado de anécdotas en las que reflexiona sobre su vida, familia, su rol como esposo, padre, hijo y artista, hace comentarios sobre el impacto de los premios en su carrera y su carrera en general. La estructura, basada en los delirios de la mente, desmenuza aspectos de una vida y ayuda a construir a un hombre dudoso, ansioso e inseguro de sus propios logros.

Entre diálogos intelectuales de la clase alta mexicana, comentarios sobre la representación del rol de la mujer, la mirada respecto a los conflictos geopolíticos de la región, junto a otras ideas sueltas entre las palabras de los personajes, el director hace un análisis de sus filmes previos. Habla sobre la forma de sus películas, sobre lo paradójico de algunas decisiones y sobre lo innecesario de la linealidad en la narrativa cuando se busca hablar del complejo pensamiento humano. Se critica el hecho de analizar el mundo bajo el filtro del artista burgués radicado en Estados Unidos, y ésta crítica a su vez está hecha bajo el mismo filtro.

El ciclo paradójico es parte de la propia película y ayuda a complementar la mirada del director, mientras deambula por su propia mente en lo que a ratos parece un ejercicio de autodesprecio filmado de forma auto-satisfactoria. Es a partir de estos comentarios, que personalmente considero que ésta película triunfa donde Birdman (2014) falla.

En su película ganadora del Óscar, Alejandro recurre a la hiper-linealidad de un plano sin cortes para contar las inquietudes de su protagonista. En el plano-secuencia narra hechos y solo por breves momentos se sumerge en la mente y en los delirios del personaje. En BARDO manipula la realidad. El espacio y los personajes son manipulados por la mente de Silverio. Iñárritu filmó secuencias en infinitos ritmos diferentes, demostrando una indecisión que se refleja tanto en su mano de director/escritor como en las palabras del protagonista.

Aunque también presenta planos-secuencia, aquí se recurre a una sucesión expresiva de acontecimientos. Una discusión que pasa a la sensual persecución del deseo y luego al miedo, al abandono y la soledad. Deriva en comentarios sobre el apego, pasa de la cocina a la habitación de su hijo y reflexiona sobre la paternidad, vuelve a la cama con su esposa y el recuerdo de una pérdida pasada llega a su mente. En un montaje que motiva largas coreografías por parte de los actores, cada plano deambula entre los sucesos, sin dar el beneficio del corte entre cada cambio de ideas. Ningún plano resulta lineal, ninguna escena es resultado de la anterior. El plano narra sensaciones, no hechos.

En esta honestidad surreal, propia del onirismo con que se ambienta la cinta, se deja ver una enorme ignorancia respecto a la realidad que hace de la película una ventana mucho más fácil de visitar de lo que parecería a simple vista. La incertidumbre respecto al destino, el miedo a la muerte y la melancolía por el pasado, son sentimientos cuasi universales en los seres humanos. Así resulta más fácil empatizar con las ansiedades y temores de Silverio Gama, que con los grandilocuentes objetivos de un héroe de acción. Este tipo de escritura redundante y sin sentido logra un tono fantástico dentro del que se sumerge el espectador y da cuenta del irracional funcionamiento de un cerebro.

Es en el impacto visual, la ridículamente excelsa espectacularidad técnica que logra, donde BARDO encuentra realmente su sentido. La artificialidad de las imágenes, los bordes distorsionados por el gran angular de una cámara que se escabulle desde cada esquina, son lo que ata todos los cabos de este caótico filme. Es más, en los pocos instantes en que recae en fórmulas clásicas, tipo plano-contraplano, es cuando el experimento se deja ver tan dependiente de su forma que su fondo se vuelve irrelevante.

BARDO, falsa crónica de unas cuántas verdades, es probablemente el mayor logro técnico y expresivo del año (más que el logro técnico y comercial de James Cameron en Avatar: El Camino del Agua (2022), creo yo) cuya narración es completamente guiada por su excelsa manufactura estética. Es detrás de esta plasticidad visual que la cinta encuentra su honestidad, es aquí donde “Bardo” resulta más empática consigo misma que cualquier otra película de la filmografía del director.

Este es el México acomodado que vimos brevemente en Amores Perros (2000), con las texturas del oeste norteamericano de The Revenant (2015). La película termina, la pantalla se apaga y nosotros seguimos pensando en lo que acaba de pasar. Pasan casi tres horas y se revela la falsa verdad de Alejandro, relatada en unas cuántas crónicas.

“Bardo: Falsa crónica de unas cuántas verdades” (2022) está disponible en Netflix.

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