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“Pobres criaturas” (2023): La dialéctica del viaje

Cinco años y dos cortometrajes después de su multipremiada “La favorita” (2018), Yorgos Lanthimos vuelve a mirar de cerca los premios Óscar con “Pobres criaturas”, su nueva comedia negra esotérica. Adaptando la novela homónima del artista escocés Alasdair Gray y reimaginando el misticismo detrás del monstruo del Dr. Frankenstein nace Bella Baxter (Emma Stone), la mente de un bebé en el cuerpo de una mujer adulta que debe aprender a adaptarse al mundo real y sobreponerse ante los obstáculos que le planta la realidad.

En una bizarra Londres victoriana alternativa, el director griego expone sin mediciones ni ningún tapujo ético la variedad de recursos técnicos de los que dispone su imaginario creativo para representar la curiosidad y la aventura, en un vaivén estrambótico que no requiere de gags baratos para ser su película más descaradamente cómica, aun siendo precedida por un linaje de efectivas comedias secas.

Dentro de la lógica con la que funciona cada película de este realizador se logra identificar la relación entre la comedia y el sobrenatural. La naturaleza del chiste parte cuando algo es colocado en un lugar poco ortodoxo o inesperado, asimismo con sus tramas que -más allá de enrevesadas- se podrían clasificar como poco ortodoxas al situar personajes en situaciones sobrenaturales dentro de las lógicas de sus propios mundos.

En “El sacrificio del ciervo sagrado” (2017), Colin Farrell interpreta a un doctor que se ve sujeto a una maldición asestada por un joven cuyo padre acaba de morir. Siendo una adaptación casi literal de la tragedia de Ifigenia en Áulide, Lanthimos plantea un mundo casi naturalista en el que los personajes se ven tan perturbados como la audiencia al ser testigos de un horror inexplicable.

Este desconcierto latente, que aparece en nosotros cuando dos elementos no se condicen según nuestras concepciones del mundo, genera en la cinta un aura que el cuerpo humano suele traducir en risa o miedo dependiendo del contexto. He aquí la relación tan cercana de ambas emociones y a su vez de los géneros de la comedia y el terror, elementos cruciales en la filmografía de este director.

Aquellos elementos que le caracterizan se disuelven en efectismo visual y sonoro cuando son presentados en su última película, dejando de lado el desconcierto que nace de la manifestación sobrenatural en el mundo ordinario. Ahora, busca impactar con la aparición de lo ordinario dentro de un mundo que para nosotros resulta sobrenatural, sin lograrlo con la finura sobria de sus anteriores obras.

Poniendo de manifiesto un imaginario sin límites en una road movie excéntrica cuanto menos, el griego presenta un abanico técnico y estilístico notable. Repitiendo su pasión por los lentes grandes angulares para enfatizar momentos y deformar el espacio visible, resulta molesto y monótono el uso de estos artefactos expresivos cuando son repetidos hasta el cansancio, en búsqueda del remezón momentáneo en lugar de ser construidos con paciencia para lograr una conmoción más duradera.

Cada elemento es preciso y perfecto en su individualidad y contribuye a los demás en el conjunto de la película, pero todos ellos, desde los decorados hasta el uso del corte directo, resultan como acentuaciones a otros elementos igual de enfáticos. Cada engranaje del mecanismo llama tanto la atención que ninguno termina de convencer del todo, como un sobreestímulo sensorial que sufriría la propia protagonista al descubrir sus alrededores por primera vez.

Es de este modo que se construye una dialéctica del viaje que emprende Bella en la película que resulta apasionante como reflejo del propio personaje, una cinta que se arma con tanta maestría en cada parte, pero, que ha sido ensamblada con cerebro en lugar de corazón. Certezas sin divagación, un edificio construido desde el plano en lugar de un metabolismo desarrollado por la curiosidad propia de la naturaleza.

La película evoluciona junto a su protagonista, indaga, aprende y se da vueltas sobre asuntos más o menos relevantes. Crece, avanza y cae a partes iguales en los diferentes segmentos que conforman su tejido dramático.

El funcionamiento inexpresivo de la película se asimila con el crecimiento emocional del personaje en una inhumana madurez que parece heredada de su creador estudioso, pero insensible, igual que la ciencia victoriana confundida con alquimia, Baxter es un experimento inteligente, pero sin criterio, así como “Pobres criaturas” es una película excelentemente filmada, pero sin emoción.

Al final del trayecto, resulta siendo una película cumplidora pero la más débil de un linaje memorable de cine inquietante, ya que contrario a sus predecesoras, ésta entrega, deja inmóvil a sus espectadores con su exceso de componentes en mayúsculas y su escasez de sutilezas.

Eso sí, la maestría con que Lanthimos perfecciona cada plano y cada escena sirve de entrada a una filmografía motivada por la misma necesidad de descolocar con lo sobrenatural y lo bizarro, pero mucho más llamativa, por lo que insinúa que por lo que muestra en la superficie.

Pobres criaturas de Yorgos Lanthimos está en cines desde el 25 de enero. Y cuenta con 11 nominaciones para los Premios Oscar, incluyendo Mejor Película.

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